PERSISTENCIA

El fanático culto a la razón

Margarita Carrera

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La filosofía tradicional evade o niega no sólo el poder del inconsciente, sino todo lo referente a las vitales necesidades del cuerpo —soma, como opósito a psique—, por lo tanto, rechaza la veracidad de los sentidos y del mundo instintivo. Ignora, asimismo, que las impostergables necesidades eróticas reprimidas son las que conducen al filósofo a llevar un género de vida singularmente limitado, así como a concebir determinados sistemas filosóficos.

“La ‘razón’ es la causa por la cual nosotros falsificamos el testimonio de los sentidos”, expone Nietzsche, en su obra El ocaso de los ídolos; luego agrega “…los sentidos, en cuanto nos muestran el devenir, el pasar, el cambiar, no mienten…”.

Para él, los filósofos racionalistas, a partir de Sócrates, están enfermos; por ello, acuden a la veneración de la razón, que les salva del sufrimiento o del tenebroso mundo instintivo, del cual nada quieren saber, y niegan la realidad percibida por medio de los sentidos.

Las palabras de Nietzsche en contra de Sócrates y sus seguidores son en extremo crueles, despiadadas. Es natural que produzcan indignación: “…ni Sócrates ni sus ‘enfermos’ tuvieron más remedio que ser racionales; fue de rigor, era el recurso supremo. El fanatismo con que todo el pensamiento griego se lanza sobre la racionalidad revela un estado de sufrimiento…”.

Luego ataca la moral, y lo culmina, en gran medida, la razón socrática: “El moralismo de los filósofos griegos, desde Platón, reviste caracteres patológicos; se debe imitar a Sócrates y establecer una luz del día en guardia contra los oscuros apetitos: la luz meridiana de la razón. Hay que ser a toda costa claro, sereno; toda concesión a los instintos, a lo inconsciente, conduce al abismo…”.

También arremete contra los filósofos modernos: “¡Leibniz y Kant! Estos han sido los dos grandes obstáculos de la veracidad intelectual en Europa”.

Al erigirse Nietzsche en enemigo del fanático y patológico culto a la razón, se convierte, más que en un “inmoralista” —como él se llama a sí mismo— en un gran moralista. Únicamente que proclama otro tipo de moral, aquélla que no haga “de la razón un tirano…”.

Hasta el presente, la filosofía occidental, que predomina en las universidades del mundo europeo y también en el americano, no ha aceptado la grandeza del pensamiento de Nietzsche, a pesar de la gran cantidad de estudios publicados sobre su obra.

Con comprensible ardor narcisista, los filósofos tradicionales —bajo el dominio de la represión que acata las imponentes órdenes del “super-yo”— consideran a Nietzsche como “poeta”, más que como filósofo, queriendo, así, dar a entender que no es a través de la poesía que se llega al reino de la verdad —por su carácter emocional, instintivo e intuitivo— , sino a través de la filosofía, gobernada por la razón.

Que se les demuestre que tanto la razón de ellos, como las emociones del poeta, responden a imperiosas necesidades de su mundo instintivo, constituye un atropello intolerable.

Más aún, cuando oyen las palabras de Nietzsche: “La cruda luz del día, la racionalidad a toda costa, la vida clara, consciente, prudente, sin instintos, fue una enfermedad, y de ningún modo un retorno a la virtud, a la salud, a la felicidad… ‘Debes combatir los instintos’, esta es la fórmula de la decadencia…”.

Pero hay que ser justo, el ardor apasionado con que defiende Nietzsche el mundo instintivo, ¿no representa también en él caracteres patológicos? Su vida misma, de ascetismo, estudio y castidad, ¿no es semejante a la de Kant? Con una advertencia: Nietzsche tiene una vida interior —reflejada en su obra— más intensa que la de Kant, lo que lo convierte en un ser atormentado y demoníaco.

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