CABLE A TIERRA

El futuro se forja hoy

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Cada día me queda menos duda de que vivimos un momento de inflexión histórica. Lo que comenzó como una crisis política, promete cada vez más ser el prolegómeno de una etapa nueva de la historia nacional que comienza a escribirse. Como estamos viviendo justo en medio de esa coyuntura, es difícil anticipar por dónde irá el trazo del nuevo rumbo. Sus rasgos quedarán para el examen de los historiadores del futuro. Las fuerzas sociales, cual Volcán de Fuego, están activadas y en pleno hervor: lanzan llamaradas y cenizas, pero la erupción no tiene suficiente contundencia como para terminar forjando de tajo otro paisaje. Así como se puede pensar por instantes que se provocará una hecatombe, también puede pasar que la energía que se acumula en las entrañas del tejido social se distienda y encuentre su desfogue sin provocar cambios en la esencia del statu quo.

En este momento, es difícil saber cuál fuerza dominará y cómo la pugna modelará el futuro posible. Lo peor que podría pasarle al futuro de Guatemala es caer en la trampa de pretender que todo retornó a “la normalidad” con el cambio de gobierno, y que lo que pasa ahora es simplemente un ciclo más de desgaste del nuevo Ejecutivo, tal y como ocurrió con los gobiernos que le antecedieron. Ojo, porque así como en tiempos de Roxana Baldetti se montaba cada semana un nuevo espectáculo en el “circo naranja”, para distraernos de los verdaderos asuntos que ocurrían con los negocios del Estado, puede pasar ahora también, a partir de las ocurrencias de la Presidencia, mientras los operadores que nos quieren retornar al pasado se articulan alrededor de su partido en el Congreso o bajo la cobija de la figura presidencial.

Preocupa que en ese afán se retomen prácticas de control y limpieza social, de polarización innecesaria y desgastante, y se aproveche para amenazar la vida e integridad de las personas y organizaciones que buscan que el país avance por la senda de la democratización de la política y económica, así como de la aplicación de la justicia.

Los debates que se están dando en el Congreso, alrededor de cuatro iniciativas de ley, ilustran de la mejor manera la tensión que enmarca la coyuntura: grupos con mucho poder, que se resisten a permitir que la sociedad comience a transitar al siglo XX —para el 21 aún falta—, buscan imponerse frente a quienes queremos vivir en un país donde los derechos y libertades de todos sean respetadas y no subordinadas al pensamiento del siglo XVI. En el fondo, temen perder sus privilegios: control sobre el Estado, los activos productivos, y quedarse sin una mano de obra abundante, barata y relativamente ignorante, que tiene todavía su conciencia política adormecida por siglos de convencimiento de que su infortunio es voluntad de Dios.

Un comentario en redes captó ayer la esencia de esa pugna: “Los sectores conservadores no quieren las leyes de Desarrollo Rural, Radios Comunitarias y Juventud porque tocan: 1. La tierra —base histórica de la acumulación de riqueza—; 2. El espectro de frecuencias radiales —vehículo transmisor por excelencia de la ideología dominadora a las masas—; y 3. El capital humano que da sostenibilidad a sus privilegios —pagándola con la moneda de su propia exclusión—.”

De cómo esta se resuelva dependerá el futuro mediato de nuestra sociedad. Personalmente prefiero la democracia imperfecta, de individuos libres y pensantes, a una república patricia decadente. No nos quedemos al margen; si no, cuando menos lo sintamos, veremos a alguna gente caminar con toga por las calles, abrogándose el derecho de decidir por nosotros lo que más nos conviene.

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