PERSISTENCIA

El terrorismo como peste

Margarita Carrera

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Enfrentarse al terrorismo de una manera fría y analítica es casi imposible, sobre todo si se acerca demasiado a nosotros, cobrándose como víctima a uno de nuestros seres queridos.

Vivirlo a diario a través de las noticias de la prensa, radio y televisión, adquiere un matiz escandalosamente insípido. Ya no nos altera como debiera alterarnos, ya no sucumbimos en las garras de la desesperación y del espanto. Casi lo recibimos como algo natural y parte de nuestra vida cotidiana.

De todas formas, le rehuimos de alguna manera: leyendo otras noticias, concentrándonos en nuestros quehaceres con agitado ímpetu. Mecanismos de defensa naturales en el humano que ha de sobrevivir, que tiene como primer instinto el de conservación.

Pero el terrorismo existe y ha existido a través de la historia de la humanidad. Cabe esta desconcertante pregunta: ¿Es un fenómeno que surge en determinados momentos y lugares de la historia? ¿Es parte de la historia misma? ¿Un fenómeno inmerso en la especie humana que escribe con sangre sus proezas e infamias?

Por de pronto, observémoslo desde su primer ángulo: el de la enfermedad. Sin duda alguna, es una de las formas de la peste. Hasta ahora los científicos han estudiado y tratado de encontrar el remedio a las diversas pestes de origen físico que asuelan a la humanidad: “tifus”, “peste bubónica”, “fiebre amarilla”, “poliomielitis”, “tuberculosis” y muchas más. Se han descubierto antídotos, vacunas. Algunas de estas pestes “casi” han desaparecido por la preventiva imposición de la vacuna. Es el caso de la viruela, entre otras.

Pero, ¿qué sucede con las enfermedades mentales de tipo colectivo? ¿Qué rama de la medicina se ocupa, por ejemplo, del terrorismo como una de las pestes más horripilantes que atacan al género humano? ¿Quiénes son los médicos en la actualidad que se dedican a buscar el germen de tan funesta enfermedad y logran, por fin, proporcionar un antídoto, un remedio, una vacuna?

El terrorismo visto así, como peste, como enfermedad mental colectiva, parece no entrar aún en la órbita de la medicina. No hay médicos especializados en la psique humana que proporcionen y especifiquen el origen del terrorismo y traten de calmarlo o curarlo a través de medicamentos efectivos y preventivos. Aunque la “psique” y “soma” son indivisibles en el hombre, hasta ahora, los mayores avances en la medicina se encuentran en el campo del cuerpo. El estudio de la “psique” se realiza en una escala infinitamente menor. Basta con observar las clínicas y hospitales para enfermos del alma. Se comprende y se acepta más una enfermedad física que una psíquica. Esta segunda entra en una zona de tabú que pocos se atreven a abordar.

¿Qué pasa, entonces, con las enfermedades mentales, en este caso específico, las que nos conciernen a toda una colectividad? Con pavor notamos que esta clase de enfermedades permanecen al margen de los estudiosos de la medicina. La relegan a especialistas de otras ramas de la ciencia: la sociología, la historia, la economía; y más que la ciencia política, la manosean “los políticos”, cuya ignorancia sobre las enfermedades mentales físicas y psíquicas del humano es tanta como su desmedida ambición de poder y lucro.

A la pregunta ¿Qué es lo que hace que dentro de una sociedad surjan hordas de asesinos que destruyan pueblos y ciudades? Puede darse —y se han dado— muchas respuestas de índole científica diversa, también de índole ética y religiosa, pero no basta: de la doctrina se pasa al sermón, y allí terminan las hermosas o justas palabras. La peste del terrorismo continúa.

La medicina de la psique —psiquiatría, psicoanálisis, biología, antropología psicoanalítica— es la única que puede responder sobre este tipo de peste.

Hay organizaciones médicas para estudiar el origen y la erradicación del cáncer. ¿No las puede haber para la peste del terrorismo?

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