La fauna de Tikal

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las pirámides sufrieron daños irreparables y la fauna simplemente huyó despavorida. La vegetación también es avasallada, pero su deterioro pasa inadvertido en medio de la basura dejada por los miles de visitantes.

La conmemoración del Oxlajuj B’aqtun pudo haberse convertido en un reconocimiento solemne de la trascendencia de la civilización maya, pueblo que dejó un legado de enorme relevancia para la humanidad. Las autoridades tuvieron tiempo más que suficiente para preparar un evento de gran altura, pero prefirieron irse por lo fácil y hacer del cambio de era un manifiesto turístico superficial y poco memorable. No cabe duda de que transcurridos algunos años, más recordación habrá del cambio de siglo en Times Square que de este acontecimiento, tan global y tan esperado como ese salto del calendario gregoriano.

Ahora, lo que queda de la invasión turística al Parque Nacional Tikal es una serie de innecesarios destrozos en los monumentos arqueológicos, muchos de los cuales ya se encuentran debilitados por la falta de controles en su protección. También queda una alteración de su vida natural provocada por el ruido y la presencia humana en un área normalmente pura y resguardada, la cual probablemente tarde algunos años en recuperar su equilibrio. Y, por supuesto, lo más visible de todo serán las toneladas de desechos dejados por los visitantes en todo el perímetro de la plaza.

La pregunta que está flotando es por qué no se delegó a las organizaciones indígenas la coordinación y organización de toda la celebración. Al fin y al cabo, son los herederos más directos y, en lugar de ser los patitos feos de la fiesta —algunos ni siquiera fueron admitidos en los centros ceremoniales— pudieron ser los dignos protagonistas de un hecho que entienden mejor que nadie, si es que alguien lo entiende del todo.

El ser humano tiene virtudes pero también muchos defectos y el peor es creerse superior a todas las demás especies. Por eso la mayoría irrespeta a los animales y a las plantas que comparten con él su espacio. Por eso se cree dueño del territorio y de todo lo que en él habita, sin comprender el delicado tejido de causas y efectos en cada una de sus decisiones, las resonancias de cada uno de sus movimientos, y la alteración provocada por todo ello en su propia vida.

Es de esperar que las aves, insectos, mamíferos y la rica diversidad vital de Tikal vuelvan a sus nidos, sus guaridas y sus árboles cuanto antes. Y también que los responsables de ese trastorno lo piensen dos veces antes de ceder a la tentación de jugar al “marketing” con los mayores tesoros de su patrimonio.

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