Coptos decapitados

GONZALO DE VILLA

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El crimen contra los egipcios es parte de una larga saga en la que cristianos del Medio Oriente han sido diezmados por estas hordas salvajes de yihadistas.

En algunos casos han sido crucificados, y en cualquier caso han sufrido toda clase de horrores a manos de asesinos que creen dar gloria a Dios  con sus fechorías y crímenes.

Quiero subrayar este ataque y la vesania con que se ha cometido para compararla con la tibieza con que estos hechos han sido condenados —cuando lo han sido—  por la prensa occidental.

Los derechos humanos comienzan por el más básico: el derecho a la vida. La defensa de la vida de todo ser humano es el terreno común sobre el que edificar la existencia, consistencia y sustancialidad de los derechos humanos. Cuando el derecho a la vida es negado con pretensiones de legitimidad por cualquiera, ese cualquiera deja de tener la más mínima autoridad moral para hablar de derechos humanos o incluso de justicia elemental.

Decapitar a esos 21 egipcios constituye un crimen de lesa humanidad. El haberlos matado por practicar una religión determinada constituye un caso evidente de genocidio.

En Guatemala, en un sentido, estamos muy lejos del escenario en que estos crímenes han ocurrido,  pero por otra parte me parece importante llamar la atención sobre la gravedad de un suceso que tiene repercusiones entre nosotros. En Argentina hay hoy una crisis política desatada, vinculada con  la muerte de un fiscal que trabajaba sobre las conexiones del Estado argentino con el crimen contra más de 80  judíos,  ocurrido en Buenos Aires en 1994, mucho después de las dictaduras militares.

Los crímenes son crímenes siempre, independientemente de quién los cometió o del grupo al que él o los asesinados pertenecieran.
La defensa de la vida humana como algo sagrado vale siempre, en cualquier circunstancia. Mucho más, por supuesto, cuando hablamos de vidas inocentes, y más todavía cuando hablamos de vidas indefensas, como es el caso de los no nacidos.

Empecé el artículo hablando de los 21  egipcios asesinados por odio al cristianismo que profesaban. Quiero concluir subrayando que el valor de la vida humana, para personas de cualquier edad, grupo étnico o religioso,  es un valor supremo que debemos defender siempre, en cualquier circunstancia y en todo momento.

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