La ignorancia es audaz

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Más allá de la bandera y el escudo, hay símbolos que identifican a un país, no solo ante ojos extranjeros, sino ante los propios ojos. Espacios, leyendas, personajes, edificios y lugares que podemos llamar “nuestros”. El Teatro Nacional de Guatemala, concebido y creado por Efraín Recinos, es uno de ellos. Como lo son los templos de Tikal o la ciudad patrimonio de la Antigua Guatemala. Una vez más, la clase política no entiende que no entiende. Pero no solo en el Ministerio de Cultura o en la Municipalidad o en la Dirección del Teatro Nacional hay responsabilidades claras por este hecho.

La ignorancia es audaz y, casi siempre, compartida y repartida. El síndrome de infantilidad que tanto se padece por aquí hará que todos se echen la culpa entre sí y que algunos más digan que, si les dieron permiso, ellos no tienen nada que ver. Pero la corresponsabilidad de lo sucedido la tienen también los organizadores del evento desde la concepción del mismo, los que se subieron a esas motos y vieron saltar los pedazos de cemento bajo el peso de sus máquinas, los que saben lo que una llanta de ese tipo puede hacer en áreas jardinizadas y no definidas para esa actividad. Ya es tiempo de que nosotros, ciudadanos y ciudadanas de Guatemala, nos hagamos cargo de eso que llamamos país. Si no, ¿cuándo llegará a serlo?

Cultura es un término muy amplio, e integra el arte, pero no es solo el arte; cultura son las expresiones de los grupos y personas que habitan un país, los relatos de un país, las manifestaciones de la gente a lo largo del tiempo en muchos ámbitos del quehacer humano. Es lo que nos pone en relación a unos con otros.

Cultura es lo que teje las redes de significado entre las personas. Y está cargada de símbolos. Si la gente que gusta de manejar motos quiere hacer una competencia, ¿por qué destruir un símbolo nacional si hay tantos lugares donde habría sido posible hacerlo? ¿Por qué llevar al Teatro Nacional motos, anuncios de bebidas alcohólicas u otros símbolos que no van con ese lugar?

Que se expresen, que elijan una actividad preferida, que tengan cuantas motos quieran, que corran libres por las pistas construidas para motoenduro, que mercadeen productos, pero no en el Teatro Nacional. O a lo mejor debamos pensar en llevar la escultura de Efraín Recinos, junto con las orquestas, los grupos teatrales y los artistas, a los lugares donde se corren motos.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.