DE MIS NOTAS

Imagine otro Amatitlán

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Vienen a mi memoria de adolescente lúcidos recuerdos de las semanas santas pasadas en intensa vivencia de fiestas, lunadas, almuerzos y colazos en lancha. De atardeceres en medio del lago, donde se daban cita las lanchas de la muchachada chaletera. Ahí estaban deleitándose en el jolgorio de las exuberancias juveniles grupos de jóvenes de ambos sexos, celebrando la delicia lacustre.

Hay dolor en estas letras de cronista histórico. Retengo esas escenas como una memoria interna de Ram nostálgico. Cuán agradable era. Pura y cristalina el agua. Más verde esmeralda que azul. Agua limpia que invitaba al chapuzón y al retozo acuático. Mojarras fritas con olor de lago vivo coleteando su ecología de frescura y sanidad.

Los chalets se erigían alrededor del lago. Pocos se acuerdan. Se murieron esos recuerdos con el hedor del agua estancada y la dejadez del abandono de pantano olvidado.

Mejor no te vemos, Amatitlán, por shuco y fétido. Por contaminado y enfermo terminal. Volteemos la vista, mejor, para evitar el dolor de reminiscencias golpeando el presente con esas estampas del pasado.

“Hasta ahora…” que están echando unas “agüitas” curatodo… que habrán de hacer el milagro de convertir el agua fétida en agua viva, pese a la continua entrada de toneladas de las mil cacas y chuquencias de allende arriba de la cuenca, donde todos le tiran sus inmundicias.

Industrias, municipios, colonias, todos tirando sus desagües a la compleja orografía de una cuenca con sus hondonadas, riachuelos y ríos desfogando sus corrientes hacia la desembocadura de Amatitlán.

Las leyes, las normativas, los gruesos compendios de impacto ambiental están vigentes, pero se utilizan para emergencias ante la escasez de papel higiénico. Sirven para desobedecerse y para esos otros menesteres de higiene anal.

Si se cumpliesen. Imagine. Imagine a lo John Lennon, un lago que fue paraíso. Ningún infierno debajo de la cuenca. Arriba solamente el cielo. Imagine a la gente, a sus aguas volviendo algún día. Imagine un lago, que de nuevo vivo está. No es difícil hacerlo.

Un soñador como yo piensa que se puede hacer…

Un mar de voluntarios golpeando las puertas de todos los contaminadores, con la norma en la mano y la multa abofeteando su irresponsabilidad, lo haría. Solo hay que crear la inercia del respeto a la ley, y la conciencia de que ese lago tiene un enorme valor estratégico para esta ciudad que rebasa los cuatro millones y pico.

Podríamos beber de sus aguas por generaciones si tan solo siguiéramos la lógica de la conservación. ¡No es ciencia rocket, por Dios! Es no contaminar y conservar. Es proteger la cuenca reforestando. Es poner en uso las plantas abandonadas y construir algunas más. Es invertir con rigor científico y responsabilidad.

El Lago de Amatitlán es un reservorio de estratégica importancia para la ciudad y el Municipio de Guatemala. Se estima que el volumen de agua es de 225 millones de metros cúbicos. Cerca del 90% del abastecimiento de agua de la cuenca deriva del bombeo de pozos que pertenecen a Empagua, las municipalidades, a particulares y a la gran industria que se ubica en la parte sur de la ciudad capital. Los remanentes boscosos de esta parte de la Ciudad están agotados severamente. La absorción de agua subterránea se está produciendo a una profundidad de 1,400 pies. En 1970 solo se necesitaba perforar cerca de 600 pies para encontrar agua abundante en toda el área capitalina.

Un estudio de hace 10 años revelaba —en aquel entonces— que el impacto económico del Lago de Amatitlán era de Q100 millones anuales, debido a los usos que brindaba como fuente de agua potable, pesca artesanal, recreación, turismo, irrigación, generación de energía y enfriamiento de procesos termoeléctricos.

Agua clara, agua viva, niños bañándose de nuevo.

Imagine…

alfredkalt@gmail.com

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.