PERSISTENCIA

La nueva filosofía

Margarita Carrera

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Frente a lo que podría de- nominarse filosofía tradicional, racional y teocéntrica —que se ha venido imponiendo como única en el mundo occidental— me atrevo a observar que se alza una filosofía diferente que tiene los atributos de ser arcaica —y nueva al mismo tiempo—, rebelde, trágica y antropocéntrica.

La primera surge en el momento en que el ser humano griego pierde la fe en sí mismo, en su propia fuerza, y recurre a un poder superior, sobrenatural, absoluto, que lo sostenga y ampare. Su punto de partida es la razón. Su meta: Dios —en griego “teos”—, alrededor de quien giran todas las cosas.

Es la filosofía que surge con Sócrates, Platón y Aristóteles y que, en el mundo moderno, culmina con Descartes y Kant.

Esta filosofía es tradicional en el sentido de continuar, más que la evolución, la circunvalación —en el sentido literal de la palabra: cercar, ceñir, atrincherarse— de la razón como único instrumento filosófico posible de acercamiento a la verdad.

Es, por lo tanto, racional por excelencia. Una razón que gira más que alrededor del hombre, alrededor de Dios, origen y esencia de todas las cosas.

De ahí la denominación de “teocéntrica”, y como consecuencia el postulado de la inmortalidad del alma y la creencia en un “más allá” después de la muerte.

Lo “teocéntrico”, propio de la filosofía tradicional, conduce, necesariamente, a lo “religioso”, de acuerdo al quinto significado que de esta palabra da el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, al referirse a la religión que entra dentro de la clasificación de “natural”, o sea “La descubierta por la sola razón y que funda las relaciones del hombre con la divinidad en la misma naturaleza de las cosas…”.

Muchos son los apelativos que ha recibido “teos”, o Dios, por los filósofos tradicionales: desde “Demiurgo” o “Artífice” —según Platón—, “Primer motor” —según Aristóteles—, “una substancia infinita, eterna, inmutable” —según Descartes—, “…un ser absolutamente necesario” como causa del mundo, o lo “absoluto” y lo “incondicional” —según Kant—.

El ser humano se ha visto circunscrito a dos fuerzas inminentes: la razón y Dios, las cuales, más que otorgarle la tan aclamada libertad, lo gobiernan de manera despótica, conduciéndolo —a través de una moral temerosa de la “naturaleza humana” (en griego: “physis anthropou”), o lo que es lo mismo, de su mundo instintivo— a la opresión y represión.

De acuerdo a esta filosofía tradicional deshumanizada o desnaturalizada —pues rehúye al hombre como centro y antepone la “metafísica” a la “física” o Naturaleza—, el humano es responsable, por el libre albedrío, de la escogencia entre “lo bueno” y “lo malo”, sostenidos por una moral desconocedora de la “physis” —Naturaleza, instintos— que conforma al humano.

La nueva filosofía arcaica, rebelde, trágica y antropocéntrica apenas si es conocida o estudiada en nuestro mundo occidental, sofocada, como está, por la imponente y dogmática filosofía tradicional.

Es nueva y es arcaica al mismo tiempo, porque surge en Grecia antes de Sócrates, y apenas si empieza a revalidarse en el pasado y presente siglos.

Es rebelde porque, a pesar de los esfuerzos de los filósofos tradicionales por ignorarla, siempre resurge, y cada vez más imponente.

Es trágica porque no cree en la inmortalidad, por lo tanto, el humano ha de aprender a vivir esta vida, la única, y en su breve transcurso, desarrollar todas las virtudes tanto físicas como mentales de que es capaz.

Es antropocéntrica porque gira alrededor del hombre, quien, a su vez, forma parte de la Naturaleza, por lo tanto, víctima de sus azares.

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