EDITORIAL

La vieja política continúa igual

Guatemala es un país donde la miopía de la clase política, mezclada con una muy alta dosis de desvergüenza, se mantiene sin cambios y por ello no es posible hablar con seriedad de una “nueva política”.

Este concepto ha sido tácitamente señalado por algunos políticos que se han mantenido en puestos importantes, como lo es el Congreso de la República, lugar a donde de nuevo llegó gente que, aunque sin experiencia, se ha adaptado muy rápidamente a la podredumbre, clarísimamente rechazada por los ciudadanos.

De nada sirve que el presidente del Congreso haya hecho públicas las vergonzosas componendas manifestadas en los salarios de quienes trabajan en ese alto organismo, lo cual constituyó una especie de llamarada de tusas, si en lo referente a la lacra de la compra de diputados tránsfugas todo sigue igual.

Lo peor es que el partido oficialista y el que fue derrotado en las urnas se encuentran ahora compitiendo en una carrera por aumentar sus bancadas, gracias a esa burla a la ciudadanía que significa el cambio de bandería política.

Las declaraciones del jefe del bloque del oficialismo, Javier Hernández, constituyen una bofetada para los ciudadanos que creyeron en la promesa de campaña del ahora presidente, Jimmy Morales, a quien algunas corrientes colocan como conocedor de estas maniobras mientras otras consideran que se trata de una traición política derivada de un siniestro plan de llevarlo al cargo y luego desautorizarlo.

Tanto FCN-Nación como la Unidad Nacional de la Esperanza se encuentran en el bazar de los tránsfugas, caracterizados por su total desapego a los beneficios para el país. El hecho de que esos dos partidos cometan este absurdo hace imposible prever un cambio en el desprestigio que merecidamente se ha ganado el Congreso de la República.

Por aparte, el silencio del presidente Morales abona en favor del criterio de que de alguna manera sabía o sospechaba que quienes verdaderamente mandan en el partido que lo llevó al poder iban a decidir dejarlo en calidad de mentiroso ante la opinión pública.

El futuro inmediato de este cuatrienio se vuelve cada vez más nebuloso, al punto de que aumentan las preocupaciones y las conjeturas sobre el tiempo que puede llevar que se produzca un marcado desgaste del jefe del Ejecutivo. Un gobernante que es desautorizado por su propia agrupación política se encuentra en una posición no solo imposible de superar, sino sin precedentes, pero además colindante con el surrealismo político.

El partido oficialista se encuentra a pocas compras de diputados para alcanzar a la UNE. Es una victoria pírrica, no solo por ser resultado de negociaciones ocultas pero ya conocidas por la ciudadanía, sino porque tiene la enorme posibilidad de que los recién llegados pongan precio a los votos favorables a las iniciativas gubernamentales.

A esto se agrega la decepción de quienes creyeron en cambios en el ejercicio del gobierno. Lo peor son los efectos devastadores para Guatemala, que parece condenada a ser víctima de los personajes de siempre, corruptos e incapaces de renovar la política.

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