FAMILIAS EN PAZ

Libres de la adicción

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Uno de los problemas que afectan a las familias, y por ende a la sociedad, es la adicción al alcohol o a cualquier estupefaciente por alguno de sus miembros; provoca daño físico y psicológico no solo a sí mismo, sino a los que le rodean.

Es difícil mantener una sana relación con un adicto: pierde el control de sus pensamientos, muestra una conducta violenta, se vuelve irresponsable ante sus obligaciones, e incluso puede llegar a desintegrar su hogar.

Llegar al punto de “necesitar” licor en los tiempos de comida o de no poder compartir en una reunión social sin beber algo, o de ya no recordar compromisos adquiridos, faltar con frecuencia al trabajo o experimentar cambios repentinos de personalidad, son claros síntomas de un problema serio.

Una adicción descalifica a cualquier persona que ejerza un liderazgo en la sociedad: gobernantes, jueces, legisladores, funcionarios públicos, líderes empresariales y religiosos, incluso a los padres de familia. El ejercicio de la autoridad en cualquier nivel demanda que seamos sobrios, tener dominio sobre nuestras acciones y deseos.

¿Cómo superar una adicción o dependencia? El primer paso es reconocer que el problema existe; la negación es el recurso más utilizado; otros saben que necesitan ayuda, pero se avergüenzan de buscarla. Un segundo paso es identificar la causa, que en la mayoría de los casos va más allá del gusto o placer; tiene que ver con necesidades espirituales profundas como la búsqueda de alivio a heridas emocionales, o como respuesta al rechazo o a la presión de grupo, o a la necesidad de aceptación y de autoestima.

Lo más importante es encontrar solución a las causas finales. El principal problema del ser humano es el vacío en su ser interior, que busca llenar con sucedáneos. Cualquier tratamiento que no considere el aspecto espiritual o la naturaleza pecaminosa del hombre, no podrá dar una solución definitiva, solo un alivio temporal.

La fuerza de voluntad no es suficiente; se requiere una transformación del ser interior y se logra cuando el adicto rinde su corazón y su voluntad a Dios, por medio de Cristo; generando en él un carácter transformado que le capacita para dominar sus pasiones o deseos. Muchos exadictos liberados de esta esclavitud lo comprueban.

El sabio Salomón describe un panorama claro y directo de los efectos de las bebidas embriagantes o de cualquier estupefaciente: “Escucha, hijo mío, y sé sabio, y dirige tu corazón por el buen camino. No entres con los bebedores de vino, ni con los comilones de carne, porque el borracho y el glotón se empobrecerán, y la somnolencia se vestirá de harapos. ¿De quién son los ayes? ¿De quién las tristezas? ¿De quién las contiendas? ¿De quién las quejas? ¿De quién las heridas sin causa? ¿De quién los ojos enrojecidos? De los que se demoran mucho con el vino, de los que van en busca de vinos mezclados. No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece en la copa; entra suavemente, pero al final como serpiente muerde, y como víbora pica. Tus ojos verán cosas extrañas, y tu corazón proferirá perversidades”.

Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.

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