PERSISTENCIA

Lo socrático y despótica lógica    

Margarita Carrera

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Un parecer personal, fortalecido por la lectura de Nietzsche, me ha llevado a una atrevida conclusión (para muchos, blasfemia): toda filosofía que se sustenta en la razón, cae pronto en lo contradictorio, en desesperanzada o desesperada dialéctica que se entretiene vanamente en un sutil juego de lenguaje, proponiéndose como fin principal no la auténtica búsqueda de la verdad, sino en el plácido divertimiento de palabras de impecable matemática, perdidas en laberintos de espesa sombra, que más que aclarar, confunde la mente humana.

La filosofía occidental que parte de los socráticos griegos, no admite contradicciones, no indaga el mundo de la sinrazón, evade los sentimientos, toma al hombre única y exclusivamente como un ser que piensa, jamás como un ser que siente.

Por ello Nietzsche desborda su dionisíaca cólera en contra de Sócrates, presentante de la lógica, de la implacable razón, al querer poner en orden la mente humana, pero condenando la poesía, en su caso, el mito griego, los exuberantes olímpicos plenos de vitalidad y fuerza, sobre los cuales surge la monumental tragedia griega. En otras palabras, al rechazar, escandalizado, lo instintivo dramáticamente perverso y generoso, constructor y destructor que abraza despiadado lo más hermoso pero también lo más horrendo que reside oculto en el corazón del hombre.

“Mientras que en Sócrates el instinto se convierte en un crítico, la conciencia, en un creador…”. Y agrega encolerizado: “¡Una verdadera monstruosidad per defectum!” Porque el instinto no representa el lado crítico, sino creativo del hombre; en cambio, la conciencia ha venido siendo el freno a nuestras pasiones, funesto látigo, en el mayor de los casos, que trata de acallar con palabras razonables, con domesticadora ética, el bullicio interior, la fuerza de lo descomunal oculto que tiene su total revelación en el arte, el cual encierra más filosofía que todos los tratados escritos por los eminentes pensadores tras las huellas socráticas.

Sócrates, negador de la sabiduría instintiva, proclama el enfrentamiento entre la razón y el instinto, dándole cabida únicamente a la primera como medio único e insuperable en la búsqueda de la verdad. Y como Sócrates, sus seguidores, los filósofos reacios a la poesía, refutan el influjo disolvente pero infinitamente vital de los instintos.

La lucha de Nietzsche en contra de Sócrates es la lucha entre dos titanes insustituibles en el mundo occidental que representan a su vez las dos corrientes por siempre opuestas en la historia de la humanidad: la razón y la pasión.

Se podría hablar de lo clásico frente a lo romántico, si en lo clásico (la tragedia griega, pongamos por caso) no hubiese los elementales fundamentos de la pasión que forjan todo arte.

Es la misma lucha que más adelante Freud (discípulo de Nietzsche, insaciable lector de la tragedia griega, de donde toma su ingrediente fundamental para levantar su profunda filosofía que él humildemente denominó “psicoanálisis”) enfrenta, no ya en contra de otro titán de su talla, sino en contra de toda la cultura occidental, o gran parte de ella, que le teme y por ello le odia y trata de marginarlo afirmando que “sus teorías ya han sido superadas”, así como acogiéndose a la trillada historia de un estúpido enano sobre los hombros de un gigante. La grandeza de su descubrimiento (lo dionisíaco, el mundo instintivo pero aplicado no ya solo al arte sino a la ciencia) ha sido rebatida por una serie de “socratitos”, los cuales, todos juntos, puede que formen un desastroso titán o gigante deforme, esgrimiendo sus mínimas espadas preñadas de lógica contra la portentosa espada plena de instinto de Freud.

En el “ojo ciclópeo de Sócrates” —nos dice Nietzsche— “jamás brilló la benigna demencia del entusiasmo artístico…” Así, le era imposible penetrar la “complacencia de los abismos dionisíacos…”.

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