EDITORIAL

Los diplomáticos no deben bromear

La semana pasada, la prensa nacional reprodujo un comentario escrito por Fernando Carrera, excanciller y actual embajador de Guatemala en la Organización de las Naciones Unidas, en el cual se refirió de manera despectiva a “los gringos”, en uno de los ejemplos más claros de la escasa capacidad de muchos de quienes tienen en sus manos la representatividad del país en la diplomacia y en los organismos internacionales.

Lo que parecía haber quedado en la larga lista de acciones clásicamente tercermundistas en el campo de la diplomacia, adquirió otro tipo de característica cuando el presidente Otto Pérez Molina, lejos de despedir o al menos solicitar la renuncia de Carrera, intentó restarle importancia al hecho, al que calificó de “una broma” de su representante en la más importante organización internacional del mundo. En otras palabras, en cierta manera compartió el comentario tan fuera de lugar.

Los diplomáticos, como cualquier ser humano, no son infalibles y pueden cometer errores. Pero algunos son de tal magnitud que resultan imperdonables e injustificables, y por ello dejan al abandono del cargo como única salida, a veces para molestia o alivio, o preocupación para quien los ha enviado, en este caso el presidente de Guatemala. Hay que recordar que en este tipo de casos no son los nombres los que importan, sino los cargos.

Los diplomáticos no pueden bromear, ni pueden descargar sus molestias o sus opiniones personales, a las cuales no tienen derecho mientras ejercen su puesto. Lo ocurrido demuestra el peligro e inconveniencia de que funcionarios de alto nivel, sobre todo internacionales, lancen al mundo entero mensajes fuera de lugar por las redes sociales. Son peligrosos porque hay organizaciones especializadas para penetrarlas, lo que también pueden hacer jóvenes con capacidad y conocimiento técnicos.

Los presidentes no tienen como función tratar de sacar la pata metida por sus funcionarios, sobre todo los que han sido escogidos personalmente. El argumento de que no se puede hacer porque hay una amistad personal, se destruye con dos razonamientos: primero, por eso mismo quien cometió el error debe renunciar, antes de ser despedido; y segundo, porque esa amistad no tiene por qué romperse, aunque se enfríe al principio, cuando el mandatario se ve obligado a hacerlo a causa de uno o varios errores. Entre ser él quien queda mal al perdonar semejante muestra de poca capacidad de comprensión de su trabajo, o reaccionar como está obligado, esto segundo es lo que se debe hacer.

Para colmo, el comentario sucede a pocos días de la visita del vicepresidente Joe Biden como parte del programa de beneficio al Triángulo Norte, en el cual el gobernante Pérez Molina ha puesto tanto esfuerzo. El vergonzoso incidente no afectará nada, pero por desgracia el silencio oficial estadounidense demuestra, obviamente, la necesidad de preguntarles a los funcionarios guatemaltecos cuándo hablan en serio y cuándo bromean, para evitarle al mandatario tener que salir apresuradamente a aclarar, como debió hacerlo ahora.

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