Tuvimos la mañana

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que se llamó Los pequeños pasos en un camino minado: migración, niñez y juventud en Centroamérica y el sur de México. Trataba de reunir, de manera muy general, lo poco que se sabía de un fenómeno social incipiente en el país y la región. Comenzábamos a hablar del tema en espacios académicos, públicos e institucionales. Pero una elaboración teórica como tal no había.

Escaseaban los datos duros, las estadísticas eran casi siempre aproximaciones, no había dinero para investigaciones más profundas de esta problemática, y no queríamos creer que algún día llegaríamos a ver niñas y niños de 2 años de edad migrando, solos o en compañía de sus hermanos mayores —que tampoco son mayores de edad—, hacia Estados Unidos. Pero llegó el día. Y no dejaré de decir que una sociedad se mide por cómo trata a sus niños y niñas. Es el espejo más claro en el que podemos reflejarnos.

La mayoría de personas menores de edad que están migrando y/o siendo deportadas de Estados Unidos para nuestra región, son centroamericanas. Y dentro de estas, tres países aportan más que otros: Guatemala, El Salvador y Honduras. Casualmente, el triángulo norte de Centroamérica es también el más violento, el más inseguro, el más inestable, el más desigual, el que ofrece menos oportunidades de desarrollo a la niñez y juventud. Abandonados en los países de origen, en los de tránsito y los de llegada, deberíamos declarar esto como una situación de alerta roja. Es un problema de enormes dimensiones que no queremos ver. Es el presente y el futuro que estamos dibujando en buena parte de la región centroamericana. Y me atrevería a decir que es el futuro de toda, porque lo que nos pasa a unos, nos afecta a todos.

Las maras, por ejemplo, son hijas de la migración a Estados Unidos en los años ochenta y noventa. De allá importamos a las maras 18 y a la 13, solo para mencionar a las más grandes. Hacia allá se fueron en busca de oportunidades y hacia acá volvieron para encontrarse con que poco o nada había cambiado en sus países de origen. En Guatemala, lo que vinieron a encontrar fue un Estado mucho más delgado, debilitado, insuficiente para entrarle de frente a los profundos problemas sociales que tenemos. Vinieron a encontrar sociedades partidas por la guerra, mucho silencio, pocas oportunidades y varios grupos de poder paralelo que sí supieron instrumentalizar y canalizar la energía joven que volvía al país con más mañas y costumbres consumistas que lecciones de vida aprendidas.

En los últimos ocho meses, 47 mil niños, niñas y adolescentes, la inmensa mayoría centroamericanos, fueron aprehendidos en su migración a Estados Unidos. Y es solo ahora que la clase política del norte y el sur reacciona. Es esta diáspora la que ha motivado primeras planas, nuevas reflexiones y acciones sobre la necesidad de proteger a esta población vulnerable. Ha vuelto el tema de la reforma migratoria a las agendas políticas.

Sé de primera mano que las jovencitas viajan con un blíster de pastillas anticonceptivas en la bolsa del pantalón y el terror en el cuerpo ante las implacables violaciones que vivirán en su ruta al norte; que los jovencitos llevan machete cuando pueden y los más pequeños también pueden terminar indocumentados y desaparecidos en las fronteras, explotados sexual y laboralmente. Tuvimos la mañana en las manos, tenemos las llaves del futuro donde comienza el tiempo, dicen otros versos del poema de Asturias.

 cescobarsarti@gmail.com

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.