LA ERA DEL FAUNO

Moral y poesía

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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El miércoles, con varios jóvenes aspirantes a sacerdotes congregados en diferentes órdenes católicas, analizamos algunos poemas de Baudelaire. El contraste entre ellos, estudiantes de Filosofía, y el poeta francés es abismal, lo cual no impide que posean mente amplia, genuino interés por el análisis y sentido crítico.

Baudelaire se entregó a los placeres carnales, la prostitución, el hachís y el alcohol. Odiaba la moral burguesa. Desafiaba la autoridad y la hipocresía religiosa. Forma parte de una pléyade de poetas malditos, término acuñado en el ensayo Les Poètes maudits, de Verlaine, publicado en 1884. Aunque en este libro no incluye a Baudelaire, el título se le otorga y también a otros escritores como François Villon, Artaud y Allan Poe. De hecho, Rimbaud —crema y nata de los maudits— llama a Baudelaire, en una carta a Paul Demeny, en 1871, “rey de los poetas, un verdadero Dios”.

No estamos, pues, ante una poesía de pajarillos y ángeles, pero sí ante muchachos capaces de analizar los movimientos tectónicos de la poesía. Es esperanzador. Cerrar la mente ante lo que hay es propio de una moral cristiana mohosa. Negar la realidad, además de poca lucidez demuestra capacidades intelectuales harto limitadas.

Debido a la publicación de su Flores del mal, a Baudelaire le fue impuesta una multa de 300 francos y se le mandó retirar varios poemas del libro, lo que no hizo. Al contrario, ediciones posteriores sumaron textos. Le Figaro calificó la obra de “monstruosidad” y “ofensa a las buenas costumbres y la moral”. Como respuesta, Baudelaire escribió en su Diario Íntimo: “Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias”.

En el mismo texto, el poeta menciona a M. Nieuwerkerke, un director de museos de París que mandó colocar hojas de parra a las estatuas de toda Francia. Eso nos refiere, por cierto, a la época victoriana cuando la reina ordenó cubrir con manteles largos las patas de las mesas para que al verlas los hombres no les evocaran las piernas de las mujeres. Cuánta hipocresía brota de círculos casi siempre dados a placeres escondidos.

Que los seminaristas analicen no significa que compartan; los hace capaces de intelectualizar los abismos de la condición humana. En Benediction, por ejemplo —poema altamente sacrílego—, identificamos algunos mitologemas. Son estos una suerte de complejos, mitos repetidos y autoproclamados. En el caso de Baudelaire, hay delirio de grandeza, mesianismo, abandono de su madre y una esperanza de divinización de sí mismo y de su poesía. El insurrecto resulta víctima de sus desgracias.

@juanlemus9

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