SI ME PERMITE

No hay atajo en educación

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“La tarea del educador moderno no es cortar selvas, sino regar los desiertos”: Clive Staples Lewis.

En el momento en que nos encontramos, en el inicio de un ciclo escolar, aquellos que se enrolan en una educación formal se están sometiendo a un proceso progresivo de formación, antes que a una simple información. Aquellos que pasaron por ese camino, han cerrado una etapa y se han involucrado en la vida no pueden negar que la educación es parte de un proceso de vida, si es que se espera avanzar y no estancarse, para que otros no los descalifiquen.

Es natural aspirar a grados académicos, títulos o reconocimientos, pero cuando estos no están acompañados de un desarrollo formativo, tristemente no serán más que meros reconocimientos, porque no nos permitirán funcionar para justificar lo que realmente tenemos. Más allá de lo que la gente nos ve hacer o decir, surge la pregunta: ¿Cómo es que alcanzamos lo que tenemos? La respuesta es simple: logramos las cosas por lo que hemos estudiado, investigado o bien hemos asimilado por el tiempo en que nos hemos involucrado para aprender.

Los títulos y diplomas se conceden y tienen su razón de ser y también tienen su espacio para poder hacer lo que debemos hacer en la vida y en la sociedad en la que nos desenvolvemos, pero las destrezas únicamente se logran arando. Nos hemos dedicado a la formación para desempeñar la tarea, y esto es real desde lo más sencillo que la vida tiene hasta lo más ingenioso que el ser humano hace a diario.

Lo que podría ayudarnos en el conflicto que la sociedad nos impone entre titulación y capacidad es entender que el proceso educativo genera cambios en nosotros, de manera que es más importante explicar cómo hemos llegado que demostrar hasta dónde hemos llegado.

En cada etapa de nuestra vida hemos modificado nuestra manera de pensar y hacer las cosas por el simple hecho de la educación que hemos recibido; por ejemplo, cuando nuestra madre, en la primera infancia, nos guio en la parte formativa, hasta lo más sofisticado para el manejo de lo que hacemos a diario, sea en lo tecnológico o lo artesanal.

Si no hemos usado “atajos”, las etapas vividas en nuestra formación han hecho de nosotros personas diferentes, no solo en el modo de pensar, sino también en el actuar. Por ejemplo, alguien que se ha profesionalizado en asuntos de salud, podemos ver cuán cuidadoso es en asuntos de higiene o nutrición en su vida personal. Esto muestra si en verdad aplica no solo la “información” que recibió, sino la “formación” que adquirió, al punto que su simple modo de vivir es una ilustración de cómo él cree que se deben hacer las cosas.

Por otra parte, nos ha tocado vivir con gente que nos presentan con algún título o una formación, pero en el momento en que los tratamos o bien cuando los vemos actuar nos surge la duda de si malentendimos el título que nos dijeron, porque uno esperaría encontrar cierta conducta y un comportamiento completamente diferente al que vemos, por el proceso al que esta persona ha sido expuesta. Claro, tiene un título, pero no funciona en el perfil del mismo.

Los que desempeñamos nuestra vida y tarea, cuidemos que seamos coherentes con lo que somos y lo que ostentamos ser, y los que están en su etapa formativa, pongan todo de su parte para alcanzar a ser lo que sus sueños enmarcan, y no simplemente lucir algo que no pueden respaldar en la práctica. Guatemala necesita que sus profesionales reflejen en su vida la formación recibida en sus círculos sociales.

samuel.berberian@gmail.com

ESCRITO POR:

Samuel Berberián

Doctor en Religiones de la Newport University, California. Fundador del Instituto Federico Crowe. Presidente de Fundación Doulos. Fue decano de la Facultad de Teología de las universidades Mariano Gálvez y Panamericana.