Objetivos perversos mueven la política

Una de las más penosas carencias de esa casta es la ausencia de liderazgo, una característica que puede lograr el avance de grandes conglomerados hacia metas que pueden contribuir a una transformación de las estructuras que hacen eternos los grandes rezagos que afectan a millones de guatemaltecos. Por ello es que quienes acceden al poder simplemente estructuran la administración a la medida de sus intereses y, todavía peor, en muchos casos lo hacen para satisfacer las demandas de quienes les han aportado enormes recursos para sostener sus millonarias campañas electorales.

Esto último, de hecho, ni siquiera sería necesario si de verdad existieran auténticos partidos políticos y no plataformas electoreras que por ello  desaparecen cuando acceden al poder. En cambio, si la tradición partidaria y un claro juego de ideas predominaran en esas agrupaciones, ni siquiera necesitarían ese gasto millonario que a la vez se convierte en una ofensa, por los niveles de pobreza que imperan en el país, mientras se hipotecan las promesas de los aspirantes a cargos de elección.

Lamentablemente, esa carencia de liderazgo avanza de la mano de una ausencia de ética mínima, que acrecienta la amenaza sobre gobernados e instituciones, pues esa condición tiene el agravante de que, cual cáncer, extiende sus maléficos efectos sobre miles de servidores públicos, quienes a través del mal ejemplo consideran que esa es la condición natural cuando se ocupa alguna posición burocrática. Por eso es que ya no sorprende que hoy en día sean señalados decenas de funcionarios de los tres poderes del Estado y de otras entidades autónomas.

Esto último plantea un  escenario frustrante, pues en cualquier otro país  mucho de lo que aquí ocurre habría sido ya motivo suficiente de una profunda depuración del sistema, y aun de cambios inmediatos en las más altas esferas de poder, entre ellos la revocatoria de mandatos y convocatoria a elecciones que permitan el saneamiento de un modelo que, como el nuestro, no puede continuar así, con tanto descaro como el que presentan los partidos mayoritarios, que son los que tienen en sus manos las posibilidades de cambio.

Lejos de eso, asistimos a un espectáculo penoso y es el envilecimiento de la política y del ejercicio de la función pública, que ha llevado incluso a funcionarios y profesionales de la mayoría de las instituciones a brindar un servicio pusilánime que solo atiende las veleidades de quienes ostentan el poder, preocupados únicamente por la conservación de privilegios, aunque el país pague caro ese modelo que ha hecho de la corrupción el eje de una historia que tendrá un final infeliz

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