CATALEJO

Adiós a Margarita, maestra admirable

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Supe de su fatal gravedad hace pocos días. Ya se conocía que en poco tiempo su salud se había deteriorado, y la última vez cuando tuve oportunidad de verla en una celebración de la Academia Guatemalteca de la Lengua, llegó con disminuciones físicas, pero con el mismo entusiasmo y alegría de sus años mozos, cuando Margarita Carrera Molina se convirtió en catedrática de literatura griega, cambiada después por la literatura hispanoamericana y la grecolatina. Muchos recuerdos llegaron a mi mente, en especial los relacionados con mi primera etapa de estudiante humanista en la Universidad Landívar, y pensé en la crueldad del destino si no se la llevaba pronto, para terminarle el dolor o la impotencia. Se fue para siempre el sábado pasado.

Cuando nos conocimos todos éramos muy jóvenes: rozábamos un poco más de los veinte y ella hacía lo mismo con los cuarenta. Nació una relación con ese grupo de estudiantes landivarianos inmersos en una etapa tan violenta a causa del conflicto armado interno. Por estudiar parte de nuestro grupo Letras y Filosofía, aprovechar al máximo sus clases era una obligación, pronto convertida en una acción voluntaria a causa de todo lo aprendido con sus cursos. Terminamos la licenciatura y nuestros caminos se separaron, cada quien en la ruta de su destino. Pero la fuerza de sus enseñanzas quedó allí, en la mente y también en el centro donde el ser humano guarda el sentido de admiración y el de seguir el ejemplo de los maestros.

Pasaron los años y el destino volvió a juntar, aunque con cierta parsimonia, a los integrantes de ese grupo de jóvenes. Fue al llegar por diversos años y motivos a la Academia Guatemalteca de la Lengua, donde fue la primera mujer en llegar, en 1967, hace medio siglo. Nos enteramos con mayor profundidad de la calidad de su obra poética, de novela, de ensayos, y posteriormente de su etapa de columnista de prensa, iniciada en El Imparcial y por último en Prensa Libre, donde su trabajo periodístico de opinión y de análisis la colocó en una posición defendida con ahínco, para gusto de unos y disgusto de otros. Maestra de literatura clásica, al fin, su última etapa fue dedicada a temas de valores históricos, religiosos, éticos del Mundo Griego.

Ya vendrán, merecidamente para Margarita, homenajes, mesas redondas, lecturas de sus poemas, críticas sobre los criterios presentes en su poesía, sus dos novelas, en especial La Mirilla del Jaguar, relacionada con el asesinato de monseñor Juan Gerardi Conedera. El valor intrínseco de sus poemas, ensayos y obras, en general y desde la primera etapa, su evidente autoridad en el campo del psicoanálisis freudiano y la literatura, así como de relatos muy imbuidos en las mitologías griega y romana, en muchas personas dificultaba o imposibilitaba la comprensión de su temática como columnista de prensa. Fue, en el sentido claro de la palabra, una representante del humanismo como filosofía y actitud de vida.

Los viejos maestros no mueren. Talvez sólo se desvanecen de manera parcial, porque talvez sin proponérselo abrieron nuestras mentes y nos permitieron el ingreso del conocimiento. Por eso, aunque se hayan ido y hayan regresado a la eternidad, siempre más de alguna vez los recordaremos a causa de una frase, un gesto, una nota de examen, pero sobre todo su actitud de vida y ante la vida. Solamente me queda presentar mis condolencias a sus hijos Edgar y Margarita, así como a sus nietos. Pero deseo incluir a los estudiantes landivarianos de esa época y hoy académicos de la lengua: Mario Roberto Morales, Mario Alberto Carrera y Guillermina Herrera, quienes sin duda comparten conmigo la tristeza de ver desvanecerse a una maestra.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.

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