CATALEJO

Al estallar la paz sigue la violencia

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Muchas veces la guerra no termina, sino estalla la paz. Ese es el caso de Guatemala, porque como en realidad no hubo una victoria militar en el sentido tradicional de la palabra, la paz estalló de la misma manera sigilosa como la guerra había comenzado siete lustros antes, y de hecho se mantiene en una especie de guerra fría local, desconocida y/o poco comprendida y valuada internamente. Hay otros casos en el mundo, entre los cuales se encuentra Corea del Norte, cuya paz armada permitió durante medio siglo de existencia una guerra fría pero abierta, hoy a punto de convertirse en caliente a causa de la insania del gobernante y de la coincidencia del resultado de la última elección estadounidense, con lo cual el mundo se encuentra con la respiración detenida.

La situación actual en Tajumulco e Ixchiguán puede convertirse en una paz estallada. Las fuerzas militares tienen el control de la situación, pero la huida de los ciudadanos por temor a los enfrentamientos causados por la mezcla de motivos actuales o ancestrales demuestra por qué es correcto calificarla como el estallido de una paz con mínimas posibilidades de convertirse en firme y duradera, como los acuerdos firmados entre las fuerzas de seguridad y los grupos guerrilleros armados, hace ya veinte años. Tiene el agregado de la posibilidad del pronto de reinicio de la guerra abierta, esta vez entre grupos de civiles armados. La presencia de la ley desaparecerá al irse las fuerzas militares, por lo cual es posible hablar de una tregua, y como tal de un reinicio mayor de las hostilidades.

Hasta el momento de escribir estas líneas, no hay víctimas mortales, un hecho muy positivo y esperanzador. Pero, lamentablemente, las posibilidades se mantienen firmes. Causa mucha preocupación a los analistas enterarse de la apertura en esa conflictiva zona de zanjas, trincheras y otras formas de obstruir el paso de las autoridades y de repeler sus acciones, así como de permitir a los grupos ilegales y rivales enfrentarse entre sí. Esto deja abierta la posibilidad de daños a víctimas inocentes, algunas de ellas atrapadas porque no tienen a dónde ir ni tampoco las opciones económicas de hacerlo y por tanto deja a los pobladores entre la disyuntiva de irse o de quedarse en peligro, obligados a adherirse a un grupo ilegal y con ello ponerse en la mira, literalmente, de los demás.

Otro riesgo lo constituye el riesgo de tratarse de un ensayo de las fuerzas ilegales para afianzar una especie de territorios libres de la influencia de las autoridades, quienes podrían ser susceptibles a la corrupción, por temor o por recibir dinero o convertirse en cómplices. El caso no sería único: ya en Colombia, hace algunos años, famosos zares de la droga al terminar de consolidar su dominio e influencia en las instituciones y en quienes las dirigen o integran —como el Congreso, por ejemplo— se animan a participar de manera directa en ellas y con eso afianzar los llamados narcogobiernos o narcoestados. No es tremendismo, sino realismo, a la luz de los acontecimientos ocurridos en otros países latinoamericanos, también de manera paulatina e inadvertida.

Es terrible cuando se llega a comprender la situación nacional, centroamericana y sudamericana. En nuestras sociedades centroamericanas, oficialmente en paz porque no hay guerra tradicional, ni siquiera la de guerrillas porque cambió el panorama ideológico del mundo, el número de muertos por número de habitantes iguala y muchas veces supera a la de lugares del Oriente Medio donde actualmente hay acciones bélicas y/o actúan de manera impune organizaciones terroristas islámicas o musulmanas. Las maras, originadas en California, así como la narcoactividad, demuestran por qué no es descabellado considerar al istmo como un lugar donde la guerra caliente de baja intensidad fue sustituida por campos de batallas sostenidas de otra forma pero igual de mortíferas.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.