EDITORIAL

“Americacentrismo” irrumpe con Trump

Con su breve discurso de toma de posesión como presidente estadounidense, el magnate Donald Trump confirmó temores de una posición centrada en “América”, sinónimo para él de Estados Unidos. Tuvo lenguaje verbal y corporal agresivos, con varias referencias a los mismos términos y frases de los populistas de otros países del mundo, utilizados a ese nivel en el contexto internacional de hoy en día.

Entre este tipo de frases destacan “devolverle el poder al pueblo”, “estamos protegidos por Dios” y “el orgullo nacional nos guiará y curará nuestras divisiones”. Otras son más preocupantes por sus posibles consecuencias, como calificar a los gobiernos extranjeros como gente que “roba nuestras empresas y destruye nuestros empleos”. Una más: “Uniremos al mundo civilizado… para erradicar a los fundamentalistas islámicos de la faz de la Tierra”.

Al señalar el cansancio —real, por supuesto— de la ciudadanía a causa de la inacción e incumplimiento de las promesas de los políticos, de manera indirecta justificó la llegada de los inexpertos, los outsiders, así como la de considerar las fortunas personales como base válida para la práctica de la política.

Fue notoria la ausencia de una mínima mención al tema de los indocumentados, en su mayoría hispanoparlantes, y a una relación respetuosa con el resto de países, quienes son los beneficiarios del trabajo en suelo estadounidense. Tampoco se refirió al vínculo entre la pérdida de empleos en su país y la voluntad de las altas dirigencias empresariales, que tienen al menos parte de la culpa, al no pensar en los “millones y millones de americanos a los que dejaban atrás”.

Estas afirmaciones de reconstrucción del país y de volver a hacerlo grande implican la creencia, no afianzada por la realidad, de que a Estados Unidos se le puede considerar destruido y disminuido, términos carentes de sentido real a menos que se les compare con algo. Las manifestaciones violentas en Washington y algunas otras ciudades del país constituyen pruebas de la profunda división política de la sociedad estadounidense, y podrían convertirse además en nuevos hechos derivados de espontáneos ataques de odio racial, como los ya ocurridos.

Desde la perspectiva de Guatemala, se afianzaron los motivos para la preocupación por las deportaciones tantas veces anunciadas y sus efectos en la economía, tanto guatemalteca como del istmo centroamericano. En vista de que sería ingenuo esperar cambios radicales en la posición presidencial, es urgente entonces que Guatemala, como país, busque nuevas áreas para comerciar.

El reto para los políticos y empresarios centroamericanos es enorme. El efecto negativo de las palabras iniciales del presidente Trump puede comenzar con solo crear la impresión de redadas, malos tratos, etcétera. El temor es una de las reacciones humanas más naturales y muchas veces incontrolable. Ciertamente ha comenzado una etapa nueva en Estados Unidos y sin duda también en el mundo. Solo falta esperar que las instituciones democráticas funcionen como deben hacerlo y con ello se vaya eliminando la ansiedad global.

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