SIN FRONTERAS

Amor en los tiempos de amar cretinos

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Vivimos en tiempos donde los cretinos pululan. Sería ideal creer lo contrario; pero eventos cotidianos nos obligan a admitir esa objetiva realidad que se torna irrefutable. Habitan y abundan en la más íntima cercanía de nuestros círculos de constante interacción. Grandes y bellas mesas posan dispuestas, en el medio de los foros, invitándonos a diálogos de país, que no se deben postergar. Esas mesas, contrarias a la mítica del Rey Arturo, no son ya solo una, ni son solo redondas, ni restringidas a los doce, o veinte que alcancen un asiento. En este tiempo, además de los coloquios personales, tenemos mesas potenciadas a un máximo esplendor, dispuestas en formas infinitas sobre las plataformas virtuales. La exposición, entonces, también se multiplica, y quedamos cerca de fanáticos y radicales que afectan la paz mental. Esconder a cretinos desconocidos es siempre una opción sencilla; pero queda un problema con aquellos que militan desde los círculos de nuestra intimidad.

En términos éticos, estamos llamados a ser agentes de paz; y catalogar a alguien como un cretino es —entiendo— un acto severo. Pero en nuestro ambiente, la política, entendida como el arte de alcanzar acuerdos mutuos, es una práctica cada vez más escasa. Y parece difícil alcanzar ese estado necesario, cuando no se valoran, por lo menos, dos elementos imprescindibles: El primero, un debate a partir de información (datos); y el segundo, un debate a partir de reglas básicas necesarias para lograr un diálogo racional, sobre la base de la lógica. Hoy, vemos a demasiados que se tiran con ahínco al ruedo del diálogo, sin respetar estos dos elementos mínimos de coherencia. Y se aprestan a actuar como cretinos, cuando con necedad, insisten en mantener posiciones alcanzadas sin sustento fáctico o sin la forma adecuada.

Nuestro ambiente está políticamente cargado. Intereses globales nos empujan a que por fin reformulemos nuestro modelo de país. Estamos señalados de mantener un modelo excluyente, donde grandes mayorías se ven forzadas a buscar destino en otros países. Constantemente, a la hora de compararnos ante el mundo, vemos nuestro nombre ocupar los lugares de la vergüenza. En desarrollo, en economía, en migración forzada, en salud… en deporte. Pero es evidente que existe una militancia dispuesta a negarlo todo y confundirlo todo. Esto sucede incluso ante las más lamentables tragedias. Recuerdo que ni siquiera la trágica muerte de las adolescentes en el Hogar Virgen de la Asunción, logró estar inmune de campañas de burla y desinformación .

Como tonto consuelo, por lo menos este fenómeno parece no ser exclusivo de nuestro país. Ante el fenómeno mundial de radicalismo y fanatismo, esta semana, David Brooks cita en su columna a Stephen L. Carter. Este profesor de Yale, en su libro “Civility”, identifica al amor como la forma ideal para confrontar a un fanático o radical. Según Carter, esta es la única manera en que uno puede evitar quedar invadido de amargura y ánimo de revancha, ambos sentimientos que conducen a transformarnos en peores personas.

Tremendo reto el que nos pone Carter. Amar a cretinos que, con sus propias motivaciones, invaden nuestro entorno físico y virtual. Sin necesidad de pensar demasiado tiempo, seguramente usted logra identificar a unos cuantos. Ya sea en el Facebook, o en el Twitter, en un grupo de Whatsapp, o incluso en la mesa del comedor. ¡Vaya! Por qué no, incluso aquí en el foro de quienes le compartimos una opinión desde el periódico. Citado por Brooks, Carter insiste en que confrontar con amor es necesario para mantener la civilidad. Una civilidad que define como “la suma de muchos sacrificios a los que estamos llamados, en aras de vivir en sociedad”.

@pepsol

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.

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