PLUMA INVITADA

Casa de América: 25 años de una empresa común

Se cumplen ahora veinticinco años desde que la Casa de América abriera sus puertas con un objetivo muy claro: estrechar los vínculos entre España y América. Desde aquel simbólico 1992, esta institución ha acogido a las figuras más señeras de la política, la sociedad, la economía, la cooperación y la cultura iberoamericanas y se ha convertido en un puente de encuentro de todos los que somos y nos sentimos iberoamericanos de las dos orillas. Lo ha sabido hacer, además, con gobiernos de muy distinto signo, en muestra de que los lazos que nos unen son más importantes que las coyunturas políticas.

Como todo aniversario, también este se presta a hacer balance del camino recorrido. En estos cinco lustros, las relaciones entre España y América Latina han conocido una profundización y expansión constantes. España, por ejemplo, ha apoyado activamente los procesos de consolidación democrática en la región, en una apuesta común por las instituciones democráticas, el Estado de Derecho y los Derechos Humanos. Asimismo, España ha mostrado su compromiso prioritario con América Latina en términos de cooperación al desarrollo. Sinceramente, creo que es una satisfacción para todos los españoles que este compromiso prioritario haya sido operativo incluso en tiempos de restricciones presupuestarias y cuando otros países han aflojado en su apuesta por la región. Porque los 17.200 millones de euros brutos comprometidos en estos años en Ayuda Oficial al Desarrollo y ayuda humanitaria tienen mucho que ver con el apoyo y la acogida que tantos países hermanos de la región brindaron a los españoles cuando España atravesaba duras circunstancias.

Hace ahora veinticinco años, la Casa de América inauguraba su sede para albergar la II Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. El año pasado celebrábamos en Cartagena de Indias (Colombia) la XXVI edición de unas Cumbres que han conocido una profunda renovación y que buscan producir cada vez resultados más tangibles en beneficio de nuestros ciudadanos.

Nuestras relaciones van mucho más allá de las habituales entre las instituciones públicas de nuestros países. El flujo de ciudadanos iberoamericanos, que saliendo de sus países de origen se han establecido en otro país de nuestra comunidad, y con frecuencia adquieren su nacionalidad, enriquece nuestras economías y sociedades y genera nuevos acentos de nuestra lengua común. Nuestras empresas contribuyen a crear desarrollo y bienestar a ambas orillas del Atlántico con sus flujos de inversión, su transferencia de tecnología, creación de empleo y programas educativos y sociales. Lo mismo sucede con las empresas multilatinas que, en número creciente, se instalan en la Península Ibérica.

En la presente situación internacional de incertidumbres y amenazas a los valores que compartimos, lo mucho hasta ahora alcanzado debe servirnos como base y estímulo para continuar construyendo una comunidad al servicio del bienestar de nuestros ciudadanos. Ahí, la Casa de América ha jugado, en estos veinticinco años, un papel clave para acercar a nuestras sociedades, para compartir proyectos, para conocernos mejor. Y en un mundo cada vez más globalizado, este papel —estoy convencido— ha de ser más importante todavía en el futuro.

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