PERSISTENCIA

Conflictos internos

Margarita Carrera

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En medio de la violencia que nos infama día a día, noche a noche, en un prolongarse despiadado, casi interno, con su apestoso azufre infernal que se siente en la carne y en el hueso, en el silencio y en el bullicio, y se agiganta en la iracundia nacida de tanta ignominia; en medio, decimos, de esta catastrófica y horripilante violencia que nos habita inmisericorde, que nos sacude el alma, que nos aprieta el pecho, que nos trastorna el desayuno y la cama, pareciera fuera de tono y hasta descabellado hablar del individuo y de sus impostergables conflictos internos.

Obsoleto, dirán unos. Caduco, otros. Desastrosamente lírico, los más desoladamente fanáticos o ignorantes. Porque la moda de la preocupación y estudio por lo estrictamente social, rebañil, se agiganta cada vez más para caer, como furibunda ola, sobre el individuo. Y claro, aparentemente este queda aplastado, relegado a último término, olvidado por completo.

Y se olvida que, en última instancia, es el individuo el que conforma y deforma a una sociedad, que a su vez, en gran medida, lo ha conformado y deformado a él. Así, este ser, núcleo inevitable de toda sociedad, yace por siempre presente, desquiciante, retador, inconforme, detectando la angustia de su ser único insustituible, efímero, con el agobiador peso de su miedo, de su mirada irrepetible, de sus huellas digitales, de su gesto y paladar que nadie puede inventar, crear de manera idéntica; poder diabólico este que, además, si alguien lo tuviera, sería detestable.

Pero, a pesar de todas estas asombrosas ostentaciones que encierra cada individuo, hay algo que tiene en común con el resto de todos los mortales: sus necesidades impostergables, sus instintos buenos o malos, que se pueden reducir a una necesidad o instinto supremo, más imperioso en el humano (a causa de la represión) que en los otros seres: el del amor, o más categóricamente, la energía sexual por siempre latente, fulminante, voraz.

Y este instinto del individuo es también el instinto dominante en la sociedad. Pues no cabe duda de que, como dice Freud, “…en la esencia del alma colectiva existen también relaciones amorosas…” Aunque aún persistan autores en no hablar “ni una sola palabra de esta cuestión…”

Es un hecho indiscutible (aunque haya todavía quien reniegue de Freud, como antes renegaron de Darwin y de Copérnico) que “La oposición entre psicología individual y psicología social o colectiva, que a primera vista puede parecernos muy profunda, pierde gran parte de su significación en cuanto la sometemos a más detenido examen”.

Por lo tanto, los fenómenos psicológicos del individuo son también los fenómenos psicológicos de la sociedad, lo cual nos lleva a una simple y llana conclusión: si conocemos los conflictos del individuo, nos será más fácil ahondar en los conflictos de la sociedad.

Tomar en cuenta exclusivamente las necesidades grupales, relegando y hasta negando las necesidades individuales, constituye una ceguera imperdonable.

Los desequilibrios, inestabilidades y violencias que sufre un pueblo son, en última instancia, consecuencia funesta de las frustraciones eróticas sufridas por el humano desde su infancia, de las vejaciones a que se ve expuesto sin poder defenderse, lo cual, con el tiempo, le crea un odio irreprimible, una agresión abierta contra sí mismo o contra los demás, una violencia incontrolable.

Esto, catastróficamente, conduce al desmoronamiento de una sociedad, y hace que sus lacras se agiganten y devengan en un estado de eterna peste insufrible.

Imposible ser simplemente jueces y condenar. Las condenas serían infinitas y eternas y pronto nos abarcarían a todos; porque todos participamos, en una u otra forma, en la historia de la infamia de la humanidad.

margaritacarrera1@gmail.com

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