LA BUENA NOTICIA

Desde la Diócesis de Jutiapa

Víctor M. Ruano

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El primer domingo de octubre de 1998 iniciamos esta columna, por iniciativa de Gonzalo de Villa, quien invitó a Mario Molina y a mí, e hizo los contactos en Prensa Libre, con uno de sus directivos, Mario Antonio Sandoval. Enviábamos los artículos vía fax a la secretaria de la rectoría y luego eran remitidos a la sección de Opinión.

Así nos involucramos en esta experiencia de compartir nuestra opinión, inspirada en la belleza del Evangelio y en la vigencia del pensamiento social de la Iglesia, expresándola en uno de los medios informativos más influyentes del país, que en el contexto de la larga y generalizada crisis que vivimos, es un referente ineludible por la profesionalidad del trabajo periodístico y por los principios que plantearon sus fundadores, que siguen señalando el norte por donde quieren avanzar hoy al impulsar “cambios en sus plataformas informativas”.

Al trasladarnos al sábado, “con el objetivo de buscar mejor lectoría”, continuaré atento a la realidad socioeclesial, desde la Diócesis de Jutiapa, interpretándola de modo crítico e “independiente”, para animar la esperanza del pueblo guatemalteco en su lucha por una vida digna y que hoy afronta las consecuencias de un Estado paralizado y cooptado por mafias criminales; también para apoyar la reforma eclesial, que desde Aparecida y con el papa Francisco se viene impulsando con intensidad, para salir de un cristianismo ingenuo y fatalista, acrítico y servil del status quo.

En ese horizonte que visualizo para mis artículos en La Buena Noticia, sitúo el mensaje del obispo de Jutiapa ante la muerte trágica de 41 adolescentes, el pasado 8 de marzo. Inicia señalando que “nuestro camino cuaresmal se ha teñido de sangre y de mucho sufrimiento al poner delante de nuestros ojos, una vez más, la larga pasión del pueblo guatemalteco, ahora representada en las niñas y adolescentes que murieron calcinadas en el Día Internacional de la Mujer”. Tres de ellas eran jutiapanecas.

La situación de estas adolescentes, “que el Estado guatemalteco fue incapaz de proteger, es una historia de atropellos y violaciones a su dignidad, de humillación y desprecios, que comenzó en el hogar y en su entorno social”. De una “vil mentira” calificó el nombre del lugar en el que permanecían estas chicas, pues “estaban hacinadas en el “Hogar Seguro” Virgen de la Asunción. Allí “murieron calcinadas, mientras permanecían encerradas bajo llave”. Ese lugar fue su “infierno”, a la vez su “crematorio”, donde entregaron “sus vidas por esta patria que maltrata a sus hijas más vulnerables y frágiles, marcadas por la violencia, la extrema pobreza y la indolencia del Estado”.

Ellas “ya descansan en paz, y después de tanto sufrimiento y rechazo, ahora sí saben del Amor verdadero y sus vidas se transfiguraron plenamente, como la de Jesús, “que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia”. Este hecho “nos alienta y llena de esperanza, pero no nos exime de nuestra responsabilidad histórica como Iglesia y como sociedad, pues la tragedia se pudo haber evitado, si tan solo las autoridades hubieran prestado un mínimo de atención a las múltiples alertas que se dieron”.

Aunque “la tragedia es el dramático reflejo de un país sin rumbo, sin autoridad competente y sin un verdadero liderazgo que inspire confianza a la ciudadanía”, es urgente “un pronto esclarecimiento de los hechos, una rápida aplicación de la justicia, un ejemplar castigo a los responsables, un resarcimiento digno a las familias y las sobrevivientes, y la implementación de políticas adecuadas para que nunca más sucedan estos lamentables hechos”.

pvictorr@hotmail.com

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