EDITORIAL

El rugido de la naturaleza

Solo los más incrédulos, entre los que se encuentra el presidente Donald Trump y algunos de sus más cercanos colaboradores y financistas, se empecinan en negar los efectos del cambio climático, cuyas manifestaciones se palpan cada vez con mayor frecuencia y rigurosidad, sin que los científicos puedan explicar los fenómenos de manera convincente.

Las últimas dos semanas el mundo ha sido testigo de acontecimientos sin precedentes, como el azote del huracán Harvey en las costas de Texas, el pasado 25 de agosto, y esta semana con el avance destructor de los huracanes Irma, Katia y José, de los cuales el primero ya ha dejado muerte y devastación a su paso por las islas del Caribe.

Es inevitable unir esos fenómenos en una preocupante mirada sobre un cambio inesperado en la potencia de estos, porque su cauda de daños es mucho mayor a la de eventos similares en el pasado reciente y gracias a la tecnología ahora se profundizan las investigaciones para encontrar explicaciones, porque dichos fenómenos desbordan toda capacidad de comprensión y quizá lleve mucho tiempo encontrar explicaciones valederas para documentar la complejidad y los efectos destructivos de esos eventos.

Lo que si es cierto es que el ser humano tiene una enorme cuota de responsabilidad en el deterioro del ambiente, lo cual se constata con una conducta irresponsable que va desde lo individual hasta lo industrial o en el sector público, donde ha sido escasa o complaciente la rigurosidad en la construcción e indolencia ante la deforestación que solo en los centros urbanos ya ha provocado prolongadas sequías.

Junto a ello se dan otros fenómenos, igualmente inexplicables, por la poderosa fuerza con la que estremecen la tierra, como ocurrió el pasado jueves cuando uno de los terremotos más potentes en la historia guatemalteca sacudió el territorio nacional, cuyo epicentro se localizó en el océano Pacífico, frente a las costas de Chiapas, pero no solo fue por la magnitud, sino por la extensa área que abarcó, al punto que hubo mucha confusión en los primeros minutos en determinar la localización exacta del origen.

También es oportuno recordar que así como ahora sorprende la fuerza destructiva de los huracanes recientes también ocurre lo mismo con los movimientos telúricos, como en Chile el 27 de agosto del 2010, cuando el terremoto más fuerte de su historia registró 8.8 en la escala de Richter, a ello se suma que casi la mayoría de países de Latinoamérica ha tenido un evento de esa índole en su historia, porque todo el continente forma parte del cinturón de fuego del Pacífico, una zona sísmica por excelencia, donde millones de personas quedan a merced de las fuerzas de la naturaleza.

Es claro que en el caso de los potentes huracanes podría existir alguna explicación en el deterioro planetario, cuyo calentamiento es indiscutible y por ahora la ciencia tampoco puede demostrar la creciente fuerza con la que surgen de las entrañas de la tierra rugidos estremecedores.

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