SIN FRONTERAS

El silencio después de las vuvuzelas

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Recordamos esta semana a 2015 y su plaza. El sonido de las vuvuzelas en un año de lecciones. Aprendimos cuando vimos, aunque fuera por un rato, renovada la expectativa del poder de nuestra voz. Y los jóvenes fueron protagonistas de esa linda esperanza. Recuerdo haber leído entonces sobre las columnas universitarias fundidas debajo de la lluvia. Tan solo revivirlo me hace erizar la piel.

Sin embargo, desde entonces, preocupó ver cómo los movimientos sociales decayeron, tan pronto como se hizo necesario mutar de la protesta a la propuesta. Se vio que tal salto requería de herramientas con las que no se contaba. La formación —cosa distinta a la información—, es algo que hoy preocupa. Un básico conocimiento cívico, político, histórico y social. Conocer lo que es el Estado y las escuelas de pensamiento que guían sus caminos. Sin él cómo logrará la gente, ávida de protestar como esté, dar el paso siguiente en el ejercicio que coloca gobiernos, apoya políticas, busca soluciones y fiscaliza.

Un país como Guatemala es convulso en todo sentido. Aquí impera la tragedia día a día. Vidas truncadas, generaciones trastornadas a la luz de fortunas malformadas. Solo pocos navegan cómodos encima de este caos. El escándalo abunda y la indignación se hace presente. Pero, llegado el tiempo de elecciones, con reiteración, se cae frente a propuestas superficiales que, en vez de ideas, se venden con imágenes. Los sectores, incluyendo a los más educados, se decantan por campañas de mercadeo basadas en la percepción y lo sensorial. Y esa tendencia solo va al alza en la era de la comunicación moderna.

Este fenómeno podrá ser global, pero no será tan grave en sociedades que invierten en cultura cívica y que fomentan la lectura. Sus países tendrán mejor dirección. Pero en Guatemala, donde se lee tan poco, lo sensorial y la emoción están destinados a sustituir al criterio. El debate político pierde sentido si las masas no logran participar con argumentos, y aquí es común que ni siquiera los profesionales logren identificar a los gestores de opinión con quienes comulgan en ideas.

Preocupado por esto, el año pasado participé en un ejercicio para medir cuán involucrada está la próxima generación en el debate político. En la Facultad de Derecho de una universidad privada fueron encuestados estudiantes de años avanzados. Esta, se supone, sería una élite educativa. Pero los resultados preocuparon. Por ejemplo, el 72% confesó no leer periódicos impresos o leerlos menos de tres días a la semana; y un 80% dijo no seguir periódicos en redes sociales, o seguir menos de cinco medios.

A la hora de responder sobre su lectura de columnas de opinión, aunque un 71% dijo que sí las leía, solo el 7% logró recordar el nombre de cinco columnistas. La mayoría no recordó más de uno. Después, otra alarma: Al responder sobre qué orientación política le atribuiría al progresista diario Nómada, un 46% respondió que no sabía, o que este tenía pensamiento de derecha. Y sobre el conservador RepúblicaGT, un 49% dijo que no sabía, o que era un medio de izquierda.

Queremos creer que el país se encuentra en un momento parteaguas. Después de la mayor euforia cívica de las últimas décadas, es un tiempo propicio para grandes cambios. El debate está presente y se necesita reformar nuestra Constitución. Pero, ¿qué resultados obtendremos con tan pobre formación política? Parecemos condenados a ser eternos testigos de cómo la ignorancia es feliz compañera de los radicalismos más feroces y del fundamentalismo irracional. ¿Cómo lograremos que el próximo movimiento no se quede en vuvuzelas?

@pepsol

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.

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