LA ERA DEL FAUNO

El teatro desenmascara la hipocresía

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Un joven de 19 años es el supuesto asesino de su padre. Tiene antecedentes de mala conducta, es hábil en el manejo de las navajas; un indeseable. La noche del crimen, un testigo asegura que lo escuchó gritar que lo mataría. Otra persona dice haber visto cuando lo apuñaló. Como agravante, el muchacho dijo que la noche de los acontecimientos estaba en el cine. Los detectives, sin embargo, aseguran que cuando lo aprehendieron ni siquiera supo decir qué película había visto.

Parece directo a la silla eléctrica. Eso no lo decidirá un juez, sino un jurado integrado por 12 ciudadanos de un lugar de Nueva York que deberán votar por unanimidad para que sea condenado. Con uno que disienta, será puesto en libertad.

Es entonces que la obra entra en calor. Uno del jurado se opone a declararlo culpable y se inicia la discusión que anuda la trama. Aparecen otros razonamientos cada vez más sorprendentes. Salen a luz los estereotipos y otros detalles de la miserable condición humana.

“Doce hombres en pugna” es una obra del estadounidense R. Rose, hecha en 1954 para televisión, adaptada para teatro y llevada al cine. BStage Producciones la presenta en teatro Lux, con un elenco dirigido por Guillermo Ramírez.

Hay tantas maneras de abordar una obra de teatro como personas asistamos a presenciarla. Esta tiene la particularidad de ser ofrecida en un contexto guatemalteco en el que hay casos de corrupción de alto impacto como la Línea, TCQ, Cooptación del Estado, la Cooperacha, Negociantes de la Salud, IGSS-Pisa, Plazas Fantasmas, más otros que se van sumando y bien integrarían nuestra selección nacional de la investigación, dirigida por un técnico colombiano.

Este manojo de casos ya puede irse apilando por docena. Para impartir justicia está el juez Miguel Ángel Gálvez, quien no puede, como en esa obra de teatro, buscar apoyo en 12 personas que decidieran por él. La horca o la silla eléctrica podría ser el destino —en la obra, claro— del muchacho, que, a propósito, no ha sido defendido adecuadamente. Su defensor igual haría de matamoscas. Tal vez por eso, Artaud decía que el teatro es como una peste: “hace que los hombres se vean como son; hace caer la máscara, descubre la mentira, la debilidad, la bajeza, la hipocresía”. En nuestro contexto, exhibida su enorme inutilidad en el curso de las citaciones, ahora la defensa pretende separar al juez Gálvez y anular la audiencia de Cooptación del Estado.

Ha de ser difícil eso de ser juez. Uno honrado, se entiende. Más todavía, uno de alto impacto como Gálvez. Tiene que analizar, memorizar, organizar, argumentar y encima hacerla de equilibrista sobre una laguna de lagartos bien pagados y entrenados nomás para sacudir el andamiaje.

Algo que se agradece —como público de esta obra— es que a los actores se les va la vida en su interpretación. Algunos destacan más debido a su rol, pero el conjunto es una orquesta de actores templados. Si quiere nombres como garantía, ahí le van: Masella, Olyslager, Díaz A., Mencos, López, Ostrich, Ortiz, Luna, Calderón, García, Argüello y Ramírez.

Otro elemento gratificante es la escenografía. Bien diseñada. Predomina la madera de aspecto caoba que produce una atmósfera claustro judicial, caótico, propio de un espacio secreto invadido por el espectador.

Hoy y mañana serán ofrecidas las últimas funciones. El mejor momento para asistir al teatro es cuando uno está ocupado y preferiría no ir; cuando deja plantados en un bar a los amigos, o tenía planes de llegar a casa, descalzarse, tomar el control y ver lo más reciente acontecido en el juicio Cooptación del Estado u otro del manojo.

@juanlemus9

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