CATALEJO

El TSE y los riesgos ocultos en los cambios

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Pocos ciudadanos estarán en contra de la idea de realizar lo antes posible las necesarias reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, pero ello no necesariamente significa abrazar con febril entusiasmo algunas o todas las  propuestas presentadas por el Tribunal Supremo Electoral. No tengo motivos para dudar del trabajo realizado por los magistrados, siempre y cuando tengan especial cuidado en evitar interpretaciones erróneas en cuanto a las intenciones, como consecuencia de actuar de manera exclusivamente teórica, con lo cual muchas veces se cae en la inocencia. Esta cualidad humana, por cierto es un lujo imposible de darse para quienes tienen en sus hombros el fondo y la forma del sistema electoral y de los comicios.

Ya comenzó a hacerse pública una de las ideas fundamentales: el voto nominal para los diputados. El objetivo es dar la oportunidad a los votantes de ejercer el sufragio en favor de una persona específica, para evitar el sistema de listados, por el cual algunos candidatos son los primeros sorprendidos al conocer los resultados y causante del divorcio existente entre los votantes y quienes supuestamente los representan en el parlamento. Sin embargo, no es tan fácil. La idea de hecho presupone una población alfabeta, pero la realidad educativa del país señala otra realidad. Un analfabeto sólo podría votar de manera directa por alguien a quien conozca.

Este caso ocurrirá y por eso el TSE debe tomar en cuenta los criterios de personas relacionadas con el estudio y conocimiento práctico necesarios para solucionar este problema. Igualmente se puede decir de cualquier otro criterio utilizado con fines de mejorar el sistema electoral, pero con resultados complicados o imposibles en la práctica. Uno de ellos es la exigencia de una paridad entre hombres y mujeres como obligación para los partidos. Otro tema complicado será crear de manera forzada partidos políticos dirigidos a grupos específicos, como étnicos, religiosos, de residencia de sus integrantes. Es fácil caer en criterios falaces, en el sentido de llevar a conclusiones equivocadas, por no decir muy malintencionadas.

En 1984, el entusiasmo ciudadano hizo aplaudir la idea de reducir las condiciones para la creación de partidos. En ese entonces se pensaba en la directa relación entre ideología y partidos, y era impensable la creación de agrupaciones electoreras caudillistas y con mercantilismo político. Por infortunio, los grandes partidos ideológicos de la época desaparecieron por causa de los pleitos internos causados por la terquedad de los dirigentes colocados en los puestos de las mayores jerarquías. Sus sustitutos colocaron las bases de los partidos políticos de hoy, de vida efímera, multiplicados casi ad náuseam, y abarrotados de gente cuya única meta es la de salir de pobres a costa de las hoy llamadas transas, tan vergonzosas como abundantes en la política.

Siguiendo el viejo refrán, se debe pensar mal para acertar. En este caso, ello significa preguntarse acerca de las intenciones de quienes pelean por lograr cambios cuya autorización compete al TSE. Dicha institución debe escuchar y solicitar consejo de quienes tienen la posibilidad de ser considerados equidistantes en las opiniones y sean serios. El TSE no debe perder su legitimidad, remanente pero disminuida: ya comenzaron a salir a luz las trampas escondidas en la enredada propuesta surgida de un cuestionado diputado, entre ellas el voto “por el partido” y no por el candidato, para de esa forma volver a engañar a los electores. No se necesita ser muy suspicaz para sospechar de cualquier propuesta proveniente del Congreso y los partidos.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.

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