EDITORIAL

Es intolerable la separación familiar

A los ojos de Estados Unidos, los miles de migrantes del mundo que tocan sus puertas, principalmente desde la frontera sur, son “asesinos, ladrones y muchas cosas más”, según el presidente Donald Trump.

Esta es una de las más lamentables y despiadadas percepciones de quien hoy es el hombre más poderoso sobre la Tierra, pero sin sensibilidad humana ante el nuevo drama de la separación de familias de migrantes. Su esposa, Melania Trump, debió hacer un llamado a congresistas y senadores para que hagan algo para frenar esa inhumana política implementada en las últimas semanas por Washington.

Tan lamentable es la actitud del mandatario estadounidense, como la de los padres de familia que toman esa aberrante decisión, pero también de los presidentes de los países como los del triángulo norte de Centroamérica, de donde fluye la mayor carga de migrantes, por su repudiable silencio ante una de las más inhumanas políticas migratorias estadounidenses, mientras gastan millones en campañas para interferir en la política exterior de EE. UU.

Nicaragua es ahora el más patético ejemplo de cómo el deterioro de las condiciones socioeconómicas y políticas pueden desencadenar una masiva huida de sus habitantes, como también ocurrió en Venezuela, ante el abuso de poder, el silencio cómplice de la diplomacia estadounidense y la violencia extrema utilizada para reprimir las protestas contra el régimen ortega-murillista.

Sin embargo, Honduras, El Salvador y Guatemala siguen siendo la principal fuente de migrantes menores de edad, motivo del implacable endurecimiento de la política impuesta por Washington desde hace dos semanas, con cero tolerancia al ingreso de menores no acompañados.

Trump incluso ha llevado mucho más lejos esas medidas, y ahora al llegar a la frontera los menores son separados de sus padres y empiezan un proceso de deportación. Estados Unidos no solo ha endurecido las medidas de hecho, sino la virulencia de su discurso en su afán por frenar el ingreso de menores.

Ante el reclamo de la oficina de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Trump dijo ayer: “Estados Unidos no será campo de inmigrantes, y no será un complejo para mantener refugiados. No lo será”, al comentar la crisis migratoria en Europa. La secretaria de Seguridad Nacional afirmó tajantemente que su país no ofrecerá disculpas por la separación de menores.

A Trump le asiste la razón en su pretensión por proteger su territorio, pero estropea toda posibilidad de comprensión cuando asume una actitud inhumana que solo busca resolver de manera imprudente una de las mayores crisis humanitarias, sin impulsar cambios de fondo en las causas que originan la problemática.

Mientras la política exterior estadounidense no combata de manera decidida el abuso de poder y la corrupción en estos países, no podrá tener paz en sus fronteras, porque la enorme irresponsabilidad con la que los mandatarios centroamericanos enfrentan su obligación de generar un mínimo de bienestar es la principal causa para migrar.

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