VENTANA

Esclavos del tiempo

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Uno de estos días decidí llevarme en el carro Diario de un escribiente, del genial poeta, dramaturgo y periodista Manuel José Arce. Decidí leer algunas de sus columnas publicadas en el Diario el Gráfico en los años 70, para calmar la tensión que provoca la espera en el torbellino del tráfico. Aquí les dejo uno de sus frescos e ingeniosos artículos que cumple muy bien con ser un alivio contra la locura de ser esclavos del tiempo. La columna se titula: No tan de prisa.

“Espere. Deténgase un momento, por favor. Deténgase aquí, en estas palabras. Ya sé que el horario es estricto y que hay que llegar puntual, pero no vayamos tan de prisa. La vida es un camino, de todas maneras, que tiene para cada uno un número determinado de kilómetros, de días. ¿Qué se gana con recorrerlo a 150 por hora? ¿Por qué la urgencia de llegar al final lo antes posible? Sí, ya lo sé: el tiempo no alcanza para nada. Pero es que queremos hacer mil cosas al mismo tiempo y todas a la carrera. A cada gesto le ponemos el sello de “urgente” y —claro— todo nos sale mal. Vivimos con el miedo de que otro se nos adelante. Tenemos el espíritu competitivo como un jockey encaramado en la espalda. Y creyendo vivir “intensamente” no saboreamos la vida, no nos damos cuenta de ella, la echamos a perder.”

“Y la vida es, precisamente, el camino. Este camino contradictorio, lleno de contrastes, rico en colorido y en paisajes, que nos ofrece una sorpresa en cada recodo. La vida en este camino. Y el final del camino es la muerte. ¿Qué prisa tenemos por llegar? ¡Lo importante es el camino! A los pocos kilómetros —a los pocos años— tenemos la carrocería abollada, nos falla el motor, nos hemos desajustado. Úlceras, neurosis, problemas cardiovasculares, vejez del alma y del cuerpo, endurecimiento de las arterias y de los sentimientos. La onda es más despacio. Hay que darse cuenta de que uno está vivo. Hay que sentir la maravilla que es nuestro organismo cuando funciona, nuestro cerebro cuando piensa, nuestras manos cuando trabajan. El placer no está en terminar la tarea tanto cuanto en hacerla, en hacerla bien, con gozo, como cuando se hace el amor”.

“¿Que nos tachan de haraganes, de choyudos, de lentos? Eso es relativo. Porque no es cuestión de pereza sino de actividad bien manejada. Porque no me diga usted que uno de esos supersónicos, que hacen cuarenta chuecadas al mismo tiempo, es más productivo que el que hace una sola cosa bien hecha. Se me ocurre que el mundo anda mal, en gran parte, por las chambonadas de esas bestias de la energía, que ejercen una desenfrenada y frenética actividad porque les urge agotar la vida, ganarles la carrera a los demás.”

“Espere. Espérese. Le puede hacer mal el desayuno. Le puede hacer mal el beso de despedida de su mujer. Puede chocar por ganar un semáforo. Puede optar por una solución equivocada en el chance. Espere. Espérese. Deténgase a ver pasar una mujer bonita. Salude sin prisa al amigo que encuentra. Dése cuenta de que pintaron esa casa de otro color, de que el hijo ha crecido un centímetro más y ha aprendido una palabra nueva. Salga a la vida y a la tarea diaria dispuesto a descubrir qué sabroso es estar vivo. Así, sin angustia y sin prisa, con serenidad constructiva. ¿Ve qué fácil es? Ha llegado hasta la última línea de este artículo, aquí, en donde su amigo que soy le dice: gracias porque hemos conversado un poco sin tanta prisa”.

clarinerormr@hotmail.com

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