EDITORIAL

Felicidad arisca

A pesar de los políticos y el cada vez más oneroso populismo, muchos latinoamericanos confiesan sentirse felices, o por lo menos eso es lo que responden cuando se les pregunta, aunque seamos países de paradojas y de cifras demasiado reveladoras, cuando se habla de indicadores de desarrollo.

Según el Informe Mundial de la Felicidad, presentado el pasado miércoles en el Vaticano, el cual es elaborado por expertos bajo los auspicios de Naciones Unidas, de 156 países consultados, el primero de los latinoamericanos en encabezar las posiciones es Costa Rica, en la número 13. Los datos que sirvieron para el estudio fueron tomados entre 2015 y 2017.

Como en casi todas las mediciones sobre bienestar y desarrollo humano, Finlandia ocupa la primera posición, con una calificación de 7.3 puntos de 10, lo cual indica que todavía existen espacios de mejora para buena parte de sus habitantes. Le siguen las tradicionales naciones del centro norte europeo, además de Canadá y Australia.

Según esa medición, de América, Costa Rica se lleva las palmas, porque el siguiente en aparecer en el listado es Estados Unidos, en la posición 18; luego México, en el número 24; Chile, en la casilla 25; y Brasil, en la posición 28. En el resto de países centroamericanos se ubican Guatemala, 30; El Salvador, 40; Nicaragua, 41; y Honduras en el puesto 72. El peor calificado es Venezuela, en el lugar 102.

Aunque, por supuesto, siempre se ha puesto en duda la fiabilidad de esos sondeos, aportan mucha información sobre la percepción que los ciudadanos tienen de sus autoridades, el entorno, alcances de las muestras y condiciones prevalecientes en las que se llevan a cabo las mediciones. Los expertos advierten de que se toman en cuenta factores como la compasión, libertad, generosidad, honestidad, salud, seguridad y buena gobernanza.

Detalles que contrastan con la realidad percibida en varias de las naciones latinoamericanas, donde la adversidad parece afectar a demasiadas familias y donde también se perciben muy pocos esfuerzos desde lo gubernamental para revertir esas tendencias.

En cambio, sí es cierto que desde los espacios oficiales es donde más se pueden hacer esfuerzos y sumar recursos para lograr mayor bienestar, y por ello es que algunos sectores académicos, económicos y políticos se han reunido desde el pasado viernes en Miami, en la Cumbre Mundial de la Felicidad, conocida como H20 (Happy 20), para explorar ideas que permitan fomentar la dicha y el bienestar de la sociedad.

Quizá para muchos políticos el concepto de hacer felices a sus gobernados ni siquiera pasa por sus cabezas, pero el solo hecho de ponerse a pensar cómo lograr ese objetivo denota la complejidad de implementar una política de la felicidad, lo cual indudablemente pasa por actuar con mayor honestidad, menos raterismo, más responsabilidad, menos clientelismo y reflexionar en serio sobre los objetivos que los han llevado a ocupar sus altas posiciones.

Solo con derrumbar la incertidumbre o proveer de empleo digno se puede hacer felices a miles de personas.

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