ALEPH

Gracias Fidelia, gracias Juanita

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Cuando abría los ojos, aún estaba oscuro. A mi lado, una mujer me acercaba la leche para que no me fuera al colegio con el estómago vacío. Se llamaba Fidelia. Inmediatamente se iba a la cocina, a ayudar a mi mamá a hacer “lo que las mujeres hacen” al iniciar el día. Luego de un café, mi madre y mi padre se iban al trabajo, mi hermano y hermanas comían algo muy rápido antes de ir a estudiar, nos íbamos todos al colegio y la Fidelia volvía a lo “suyo”.

Cuando regresábamos, la casa estaba impecable, pero nunca lo notamos. Lo noto hasta hoy. La ropa estaba lavada y planchada porque habían llegado Carmen y Leonor, sus dos sobrinas, a ocuparse de ello. Y si mi madre nunca dejó que nos fuéramos de casa sin hacer nuestras camas, lo demás estaba en manos de la Fidelia, que dejó su propia vida, para vivir la nuestra. A excepción de los fines de semana, cuando mi madre cocinaba como las diosas, la Fidelia nos regalaba de lunes a viernes los mejores frijoles colados, la mejor sopa de arroz con pollo del mundo, y la mejor limonada de mis tardes escolares. Esa mujer maravillosa no tenía escolaridad alguna y con dificultad escribía su nombre, pero teníamos, ella y yo, las mejores pláticas mientras ella “ahumaba” su cigarro de tusa y yo la escuchaba con la boca abierta y los ojos fijos en las arrugas de su cara morena. Fueron doce años, y de pronto se fue, porque nos íbamos a cambiar de casa. No me pude despedir con el abrazo más agradecido del mundo. Cuando la fui a buscar tres años más tarde, su sobrina me contó que le había dado esa enfermedad “que deja a la gente sin memoria” y que se había salido una tarde de la casa, para nunca más ser hallada.

Hoy, es Juanita quien lleva años con nosotros. No vive en mi casa, pero pasa en ella algunas horas del día, antes de volver con su familia. Ella lee y escribe, pero no había terminado la primaria cuando la conocí. Con todo, es una mujer fuerte que ha sacado adelante a su familia. Cuando vuelvo de mi trabajo, la casa huele bien, la ropa está lavada y planchada, el perro está contento, y mis hijos pasan y se sienten bien recibidos. A veces, hasta encuentro un abrazo de su parte o comida caliente en la estufa. Gracias, Juanita y Fidelia.

Y me pregunto ¿quién limpia las casas de quienes limpian las nuestras? ¿Si ellas no estuvieran, se derrumbaría este orden? Las preguntas más incómodas son las que cuestionan nuestra forma de ser y vivir. Pienso en los desarraigos de tantas que llegaron de niñas solas a una casa extraña, en una ciudad extraña, a vivir silencios, encierros o malos tratos que nunca pidieron. Adolescentes, quizás indígenas, que no hablaban español. ¿Cuántas de ellas se volvieron viejas cuidando a niños que nunca más las voltearon a ver? Pienso en las que hoy ganan Q700 al mes trabajando 18 horas diarias, sin ninguna prestación o ley que las ampare, y casi sin días libres. O en las que son abusadas por los hombres de la casa donde trabajan. Y oigo el eco de las voces de los cuchubales y tés, donde la plática preferida son ellas, las que mal hacen las cosas, las torpes y sucias, las ladronas de las cosas de la “patrona”, las “huevonas” que no quieren hacer nada. Que las hay, es cierto, como también hay médicos, amas de casa y abogados que son todo eso, sin llegar a ser tema de conversación. Pero no son todas.

No reabriré aquí el debate feminista de los años 80, sobre la división del trabajo y las mujeres empleando a otras para hacer lo que todos podríamos hacer. Cuestionar el sistema y cambiarlo dura siglos. ¿Cuánto le aporta al desarrollo, a la producción y a la economía del país el trabajo invisible de las trabajadoras del hogar? Así que hoy valoro que, de manera organizada, ellas hayan llegado hasta el Comité de Expertas de la Cedaw, que recomendó al Estado de Guatemala en materia de discriminación contra las mujeres en el empleo, viabilizar el Convenio 189 de OIT, por medio de la iniciativa 4981 que se encuentra en segundo debate en el Congreso. Ojalá esa iniciativa se convierta en ley para que este trabajo se recompense con la dignidad y justicia debidas.

cescobarsarti@gmail.com

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.