VENTANA

Guardianes de nuestros bosques y su biodiversidad

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¡Los árboles mueren de pie! Duele escuchar el golpe seco de sus troncos magníficos al caer. ¡La Tierra tiembla cada vez que derribamos a uno de sus custodios! “Cada árbol que talamos resta vida al mundo que habitamos”, recordó el Clarinero. Los beneficios que generan son innumerables. Los árboles dan sombra. Amortiguan la lluvia. Reducen el viento y la contaminación del aire. Los árboles a través de la fotosíntesis liberan oxígeno y absorben el dióxido de carbono. Combaten el cambio climático. Los bosques generan biodiversidad y mejoran nuestra calidad de vida. La pérdida de árboles en las ciudades eleva las temperaturas y la evaporación de sus suelos. ¡Los árboles son los pulmones de la Tierra! ¿Los apreciamos?

“Tengo la sospecha de que la Tierra se comporta como un gigantesco ser vivo”, expresó el célebre químico inglés James Lovelock en los años 70, al plantear la “Hipótesis Gaia”, apoyada también por la reconocida bióloga estadounidense Lynn Margulis. Lovelock y Margulis formularon que la Tierra era un organismo vivo. Esa tesis desafió a la comunidad científica hace 44 años. El origen de esa atrevida teoría fue cuando la Nasa contrató a Lovelock para crear instrumentos que comprobaran si existía vida en Marte. Lovelock consideró primero reconocer los criterios de la vida en la Tierra y se enfocó en analizar la composición química de la atmósfera de los dos planetas. Fue así como descubrió que las atmósferas eran sorprendentemente distintas. La atmósfera de Marte no contenía metano, poco oxígeno y mucho dióxido de carbono (CO2). La Tierra, en cambio, contenía grandes cantidades de oxígeno y metano, pero poco dióxido de carbono. La atmósfera marciana estaba en completo equilibrio, ese perfil indicaba que era un planeta sin vida. En cambio la atmósfera terrestre estaba muy lejos de un equilibrio químico. Las reacciones entre el oxígeno y el metano generan una mezcla de gases que se diluyen, pero son reemplazados continuamente por más gases provenientes hasta de ¡las rocas y billones de bacterias que conforman la superficie de la Tierra! El sello de la vida.

Lovelock y Margulis descubrieron que la atmósfera de la Tierra era un sistema abierto. Que se caracterizaba por la existencia de un flujo constante de energía y materia que favorecía un nivel de temperatura perfecto para propagar la vida. La Tierra es capaz de regular condiciones esenciales como su temperatura, la salinidad de los mares, la composición química que forma la capa protectora de nuestra atmósfera que impide ¡que los rayos del sol nos calcinen! Estos dos científicos develaron una compleja red de ciclos de retroalimentación que generaban la autorregulación del planeta. Pero ¿qué pasó? Esa red de vida tejida por la Tierra durante millones de años, los humanos empezamos a destruirla hace 300 años. Depredamos los bosques, contaminamos las fuentes de agua. La quema de combustibles fósiles como carbón o petróleo incrementó la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, afectando la capa del invernadero natural. Todas esas acciones rebasan la capacidad de la naturaleza para regenerarse. Actualmente, el aporte científico de James Lovelock es reconocido mundialmente. A sus 97 años envía un mensaje a los ciudadanos del mundo: “El cambio climático es imparable. Lo mejor que podemos hacer es protegernos y adaptarnos a los cambios que nosotros mismos provocamos. ¡Urge aprender a vivir de otra manera! Buscar soluciones pragmáticas. Crear ciudades bien planificadas y resistentes…” Guatemala se encuentra entre los 10 países vulnerables al cambio climático. ¡Si queremos sobrevivir, es preciso convertirnos en guardianes de nuestros bosques y su biodiversidad!

clarinerormr@hotmail.com

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