PERSISTENCIA

Hijo herético de Freud

Margarita Carrera

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Quien ha sido un constante lector de Freud y luego empieza a leer a Jung, lo primero que nota es la pobreza idiomática y la escasez de calidad literaria en el lenguaje jungiano. Ya uno de sus estudios: A. Astorr (en su obra Jung. Grijalbo, 1974) señala “…su propia dificultad en expresar sus pensamientos con claridad…” Para agregar en seguida: “No conozco a una persona creadora que fuera más perjudicada por su falta de habilidad para escribir”.

En efecto, su lenguaje carece de la claridad, precisión y belleza del lenguaje de Freud. Sus obras, si bien en la actualidad leídas por cantidad de intelectuales que acuden a él para repudiar a Freud, son abrumadoras, sin mayor agilidad ideológica e idiomática.

Ya Unamuno exponía que escribe claro el que piensa con claridad: el que tiene sus ideas precisas y se puede entender a sí mismo, no hay nada que le limite en sus exposiciones orales o escritas.

Quizá la torpeza de Jung al escribir esté conectada, no con su talento, sino con su represión sexual que llega a extremos aparentemente graves; hasta “puede aceptarse la acusación freudiana de que Jung consideraba el sexo como algo desagradable ‘per se’.” (A. Astorr, op, cit.); por ello tiende a interpretar la sexualidad humana como fuerza secundaria, que al sublimarse culmina en un simbolismo, más que artístico, religioso. El libro que empezó a escribir con el nombre de La psicología del inconsciente, que representa el lado negativo de la postura freudiana, es llamado más tarde Símbolos de transformación. En este evade lo sexual y da al análisis de la “psique” un giro religioso, con sólidas bases en lo mitológico. Lo esencial, entonces, no es la energía sexual como fuente de creatividad artística y científica, sino el “mito” que llega a no tener vínculo alguno con lo sexual y establece “per se” en la mente humana colectiva, dándole sentido y finalidad a la vida. La importancia del mito es tal que, según Jung, todo hombre de cierta inestabilidad emocional necesita de un mito que le dé sentido a su existencia. En contraposición a Freud, lo religioso cobra un papel fundamental como guía del desamparado hombre dentro de la civilización.

La psicología de Jung, según yo la interpreto, surge en contraposición a las bases fundamentales del psicoanálisis freudiano: en lugar de la “libido” como energía, crea el “mito”, de índole involucrado en todas las religiones. En otras palabras, frente a la carne, está el espíritu. Y este niega a aquella.

Si Freud encamina todas sus investigaciones científicas a lo individual (y luego se dirige a lo colectivo, como nítido espejo de lo individual), Jung evade la psicología individual y coloca toda su atención en la colectividad. De ahí, el otro revés al psicoanálisis freudiano. Frente a éste, eminentemente individual, surge el hallazgo del “inconsciente colectivo”, alrededor del cual gira una y otra vez su pensamiento; así, expone: “Tenía que intentar comprender lo que ocurría y hasta qué punto mi experiencia propia coincidía con la de la humanidad en general. Mi primera obligación, por lo tanto, era explorar las profundidades de mi propia psique”. Pero, como leemos, no se trata de una búsqueda de sí mismo por sí mismo, sino una búsqueda dentro de un entorno que él llama “humanidad” y tiene más cariz de “civilización”, con toda la represión que esta conlleva en contra del individuo. No es, entonces, rara en Jung una cierta confusión entre lo “interior” y lo “exterior”. O entre lo que él llama “subjetivo” y “objetivo”, evadiendo la rigurosa ciencia de la naturaleza, con sus leyes inexorables.

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