PERSISTENCIA

Imaginación exasperada

Margarita Carrera

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“Yo soy oriundo de una raza que ha ilustrado una imaginación fogosa y pasiones ardientes. Los hombres me han llamado loco; pero la ciencia nos ha enseñado aún si la locura es o no la más sublime de la inteligencia…” “Eleonora”. Édgar Allan Poe.

La imaginación gobierna, para bien o para mal, la mente de los humanos. De acuerdo con el mundo íntimo de cada individuo, presenta diversos grados: va desde la simpleza hasta la exasperación.

En su primer grado, el de la simpleza, la imaginación está presente en todos los humanos: es pueril, ingenua, escasamente benéfica o dañina. Da poco y se conforma con poco. Se revela en el mundo de los sueños sin mayores conflictos, y más que exaltar o inquietar, tranquiliza y apacigua. Denota un estado de salud bastante equilibrado.

Pero vienen de otros grados de la imaginación —provocados por situaciones conflictivas y desesperadamente crueles vividas en la infancia— los que, unidos a una mente lúcida y a un alma sensitiva, se convierten en inquietantes, morbosos, punzantes, agudos, hasta adquirir el último de sus grados: el de la exasperación. Este puede conducir a tres estados anímicos supremos, difíciles de deslindarse entre sí: locura, sensibilidad artística, curiosidad científica. De ellos dependen, en gran parte, la salvación o perdición de la especie humana.

Tomemos, por caso, la imaginación exasperada de un Hitler vuelta hacia la extrema maldad y destrucción; contrastante con la imaginación exasperada de un Poe o de un Einstein; uno, develándonos angustiosos ámbitos psíquicos plenos de desgarrante emotividad poética; el otro, descubriéndonos el extraordinario mundo de la ciencia, capaz de transportarnos al infinito espacio inexplorado.

La imaginación exasperada es, pues, un arma de dos filos. De desearla y temerla al mismo tiempo. Su poder demoníaco o angélico es enorme, y atrae a las multitudes tanto como a los solitarios. Con una diferencia: es más común que la imaginación exasperada que se encamina a la creación de religiones, diversas sectas y sistemas políticos, entusiasme y hasta vuelva fanáticos a los hombres-masa, que no a los individuos solitarios, pues es más asequible para los primeros que para los segundos.

La imaginación exasperada compartida por todo un conglomerado social puede dar origen a muchos beneficios o a muchos daños. La historia de la humanidad es prueba irrefutable de ello.

En cambio, la imaginación exasperada que se dirige al arte o a la ciencia es acogida, sobre todo, por individuos que —alejados del rebaño— se enfrentan atrevidamente solitarios a los misterios de la vida. Seres especiales que piensan por sí mismos, sienten por sí mismos, y ante todo, no se dejan gobernar por oscuras leyes de diversa índole, nacidas muchas veces, a la sombra de la ignominia.

¿Qué es lo que lleva a un Freud o a un Kafka a escribir sus tremebundas obras geniales si no es su imaginación exasperada? Una imaginación que desborda conocimiento y sabiduría, tanto como infinito desgarre y sufrimiento, pero que devela de tal manera todo lo existente que hace que nos comprendamos más a nosotros mismos y a las cosas que nos rodean.

La imaginación exasperada ilumina, atormenta y a la vez consuela a científicos y a artistas. “No para cualquiera”, nos dice claramente Hesse, al enfocar esta imaginación al campo de la literatura. Como tampoco para cualquiera son las teorías de Freud y de Einstein. Aunque, tarde o temprano, pueden ser aprovechadas, en una u otra forma, por todos.

Pero esa imaginación tiene un alto precio para el que la posee: rebasa todo límite de sufrimiento o de felicidad, todo límite de cordura, y lleva, o bien a los antros del infierno, o bien de las excelsitudes del paraíso.

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