EDITORIAL

Incoherencia presidencial

La soledad del presidente Jimmy Morales ha de ser inmensa, y no porque no tenga quién lo acompañe, sino porque cuando aparece en público pareciera estar solo y que detrás de la figura más importante del país no existe un equipo con la suficiente lucidez para ponerle en perspectiva la comprensión de la problemática nacional.

En una falta total de tino, el pasado 16 de febrero declaró que había recibido rumores bien fundamentados sobre un golpe de Estado, lo cual habría pasado, como muchas otras de sus frases célebres, al anecdotario nacional, pero no satisfecho con esa proeza quiso ir más lejos y en una nueva comparecencia ante la Prensa, el pasado miércoles, pretendió responsabilizar a los medios de comunicación de lo que él mismo había declarado.

En sus nuevas afirmaciones incurrió en otro lamentable yerro sobre la apreciación de la coyuntura nacional, al afirmar que no tiene por qué defender a nadie, pues ni siquiera a su hijo defendió cuando compareció ante la justicia, y evidenció desconocimiento de hechos trascendentales ocurridos durante su corto período de Gobierno.

Desde hace meses, el país libra una lucha frontal contra dos flagelos, la violencia común y el crimen organizado, que en combinación con la corrupción producen un enorme daño económico, institucional y a miles de guatemaltecos afectados por la inmoralidad de políticos que han buscado llegar al poder para acentuar un estado de corrupción que ya es intolerable.

La lucha contra esa lacra ha sido una de las batallas más importantes que se han emprendido en Guatemala en las últimas décadas, y sobre eso no debería existir la menor duda de lo que se debe hacer, que es ni más ni menos apoyar cualquier esfuerzo porque el crimen de cuello blanco sea arrinconado para erradicar la idea de buscar el poder para apañar la impunidad, favorecer a los amigos o buscar el beneficio propio.

De eso se trata, en buena medida, la posición que debe asumir todo mandatario para disipar cualquier duda sobre su posición ante el flagelo de la corrupción, porque eso permitirá comprender mejor a quién en verdad apoya quien dirige al país.

En términos de lo políticamente correcto, cualquier presidente no tendría la menor duda sobre en qué lado de la historia quiere aparecer, porque no asumir una actitud de repudio en contra de la corrupción en nada contribuye a los esfuerzos que encabezan el Ministerio Público, la Cicig y miles de guatemaltecos hartos del abuso de políticos desvergonzados, de tal suerte que la actitud ambivalente del gobernante lo deja muy mal visto respecto de esos esfuerzos.

Cuando no se tienen bien definidos los principios y valores por defender en resguardo del sistema democrático y de un pleno estado de Derecho, se hace mayor daño y la mentalidad criminal es la que mejor lee esa debilidad.

Más que apoyo a la Cicig, el presidente debe tener muy claros los valores que lo inspiraron para buscar convertirse en un presidente diferente a la debacle de los últimos gobiernos, y nada cambiará si no se tiene la capacidad, la voluntad ni el equipo para emprender una tarea impostergable.

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