EDITORIAL

Inesperado y sutil ataque al mensajero

Desde hace siglos, la Historia ha registrado casos de mensajeros castigados, a veces hasta con la muerte, porque las noticias trasladadas no eran del agrado de alguien. Una variante moderna de esta actitud indefendible es echarles la culpa a quienes las llevan o acusarlos de ser los responsables de la importancia que tienen.

Esta reflexión viene a cuento como consecuencia de las declaraciones vertidas a Prensa Libre, y publicadas en nuestra edición de ayer, por Thelma Aldana respecto de las actividades realizadas por el Ministerio Público y la Cicig. Para la funcionaria, “nosotros llamamos por transparencia a una conferencia de prensa y ya es el medio de comunicación el que decide si lo da a conocer o no”.

En otras palabras, si los hechos son destacados en la cobertura noticiosa, es porque la prensa así lo decidió, no porque sean importantes las personas o entidades que desean informar de alguna de sus actividades. Por tanto, son los medios los culpables. Es difícil creer que esas palabras hayan sido acompañadas de “lo mediático no lo manejo yo, ni el comisionado. Lo manejan ustedes”.

Tales expresiones solo confirman la dificultad existente para que personajes de cualquier nivel de jerarquía entiendan cuál es el papel y la importancia intrínseca que tienen las noticias. De hecho, entonces, algo será noticia porque los medios lo decidieron. Curiosamente, ese es el mismo criterio de los regímenes y de las personas con criterios autoritarios.

La verdad es otra. Los hechos que constituyen noticia “traen su titular bajo el brazo”, según un viejo axioma periodístico. Por eso los columnistas escriben comentarios, y los medios editorializan. Lo expresado por la licenciada Aldana, a pocas semanas de su salida del cargo, es lamentable, a criterio de Prensa Libre y de quienes de cualquier manera participan en la tarea de informar y comentar los hechos nacionales, como una forma de servir a una ciudadanía cada vez más interesada en conocer puntos de vista.

La licenciada Aldana seguramente no pensó en las consecuencias de sus palabras. Quiere decir entonces que esos medios podrían tomar la decisión de no cubrir los hechos relacionados con el MP y la Cicig ni informar —por ejemplo— del respaldo total otorgado por la ONU al comisionado durante la desafortunada visita de la canciller, ni comentar lo expresado en esa ocasión por el secretario general António Guterres.

Tampoco de las mismas declaraciones de ella respecto de que “esta lucha es irreversible” ni de que la canciller fue condecorada con la máxima distinción del Ejército por haber regresado sin lograr el objetivo de cambiar a Iván Velásquez, ni del viaje de Jimmy Morales a Washington.

Cuando la Cicig y el MP llaman a conferencia de prensa, los medios deben cubrirla. No pueden negarse a hacerlo, sin perder credibilidad sobre todo por la miríada de formas en que el ciudadano de hoy en día puede enterarse, demasiadas veces de fuentes no profesionales e interesadas. En resumen, lo expresado por la licenciada Aldana causa estupor porque, a la manera de los tiempos que se creían superados, endilga al mensajero la importancia otorgada al mensaje.

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