LA BUENA NOTICIA

Juicio y conciencia

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Conocemos aquella descripción del juicio, según la cual al final de los tiempos todas las naciones del mundo serán congregadas ante Dios, mientras que Jesús, sentado como rey majestuoso, dictará sentencia para aprobar la conducta de unos y censurar la de los otros.  Con imágenes más modestas, Jesús también describió ese juicio con la imagen del agricultor que al tiempo de la cosecha separa el grano y la cizaña, y guarda el primero en el granero y quema la segunda en la hoguera; o con la imagen de los pescadores que han recogido peces comestibles e inservibles en su red y al final de la jornada separan unos de otros.

Un elemento frecuente de la predicación de Jesús fue el anuncio del juicio de Dios sobre toda la humanidad.  Jesús lo anunció como un acontecimiento del final de la historia, pero también del final de la vida de cada persona.  Conocemos aquella descripción del juicio, según la cual al final de los tiempos todas las naciones del mundo serán congregadas ante Dios, mientras que Jesús, sentado como rey majestuoso, dictará sentencia para aprobar la conducta de unos y censurar la de los otros.  Con imágenes más modestas, Jesús también describió ese juicio con la imagen del agricultor que al tiempo de la cosecha separa el grano y la cizaña, y guarda el primero en el granero y quema la segunda en la hoguera; o con la imagen de los pescadores que han recogido peces comestibles e inservibles en su red y al final de la jornada separan unos de otros.

Esta idea del juicio final se ha vuelto problemática para nosotros. La idea de un Dios que al final decide sobre el logro o fracaso de la vida de cada ser humano parece mitológica. La idea de un Dios que decide por encima de la conciencia personal sobre la rectitud o la maldad de la conducta de cada persona es infantil o incluso alienante. Por eso la pregunta acerca de qué significa la idea bíblica del juicio y cómo la podemos entender se plantea naturalmente.

En la respuesta a esta pregunta recurrimos al concepto tan cristiano y tan humano de la conciencia. San Pablo remite con frecuencia a la conciencia personal, cuando aborda la cuestión del juicio sobre la calidad de sus propias acciones o de la conducta de otros cristianos. La conciencia es la facultad o capacidad, propia de los humanos, de pensarnos a nosotros mismos, de evaluarnos a nosotros mismos y de reconocer la calidad moral de la propia conducta.

En la concepción cristiana, a diferencia de la concepción que ha desarrollado la filosofía moderna, la conciencia radica en el sujeto pero es también la sede de la relación con Dios y con el mundo. La conciencia no está cerrada en sí misma, sino que se trasciende a sí misma y en realidad se constituye a través de la relación con el mundo, con los otros y con Dios. A través de su conciencia, la persona se sitúa en su existencia. En el creyente, su conciencia se abre a un Dios creador, misericordioso, cuyas exigencias morales están orientadas a que la persona desarrolle la conducta más adecuada a su dignidad personal y a la de su prójimo. Desde su conciencia, el creyente recibe su propia existencia como don de Dios y se sabe responsable ante Él de lo que hace con su vida. Desde esta perspectiva, el juicio de Dios es la expresión de la fe de que somos creaturas suyas y de que somos responsables ante Él de lo que hagamos o dejemos de hacer. Desde la conciencia se genera el sentido religioso de la existencia.

La conciencia, en sentido cristiano, no es inventora del bien y del mal, no crea la ley moral, sino que la aprende de Dios o la descubre en la naturaleza de las cosas. La conciencia se forma en la medida en que el sujeto crece en responsabilidad ante Dios y a medida en que toma como criterios de su juicio moral, no su conveniencia o situación para justificarla, sino la ética objetiva conocida por la razón o la revelación divina. Cada vez que una persona evalúa en conciencia sus actos, anticipa el juicio final de Dios sobre su propia vida.

En realidad el juicio final del que habla Jesús no es un acto arbitrario de Dios ejercido por encima de la conciencia personal. Es la plena iluminación de la conciencia por Dios para que el juicio moral personal sea también el juicio mismo de Dios que aprueba o censura nuestra conducta y el logro o fracaso de la vida de cada uno.

mariomolinapalma@gmail.com

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.

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