EDITORIAL

La difícil tarea de una transformación

La prosperidad está de moda, aunque quizá esto deba ser visto más como un ideal que como una realidad, pues esto último resulta más agobiante cuando se observan hechos ocurridos tanto en el entorno inmediato como en los acontecimientos de otros países.

El triunfo de Donald Trump, por ejemplo, ha encendido las alarmas en muchos países. Cada uno desde su propia perspectiva ha reaccionado a la llegada a la presidencia de uno de los países más poderosos de alguien que es percibido como de los más impredecibles, al punto que hace temer cambios trascendentales para millones de personas si se llegan a materializar sus explosivas promesas de campaña.

En el caso de Guatemala, podría hablarse de un auténtico desastre si se hace realidad la amenaza relativa a las deportaciones masivas que anunció reiteradamente durante su campaña. Estas, aunque sean expresiones de evidente populismo, casi tercermundista, pueden cumplirse y aumentar, porque de hecho se han venido acrecentando en los últimos años.

Un giro en su política de inmigración podría traducirse en un auténtico desastre para Guatemala, de consecuencias devastadoras, porque precisamente lejos de atacar las principales causas para ese éxodo en nuestro país, los políticos se han especializado en el saqueo de los recursos públicos. Durante el gobierno de Arzú se abrió una posibilidad para acogerse a un estatuto de protección temporal para millones de guatemaltecos, que no se buscó por arrogancia, en un hecho que ahora puede ser lamentado mucho más.

Hablar de una amenaza como consecuencia de un cambio de gobierno en Washington no estaría entre las principales preocupaciones, si aquí hubiera habido gobernantes responsables que se hubieran preocupado por sentar las bases para un desarrollo sostenido. Lejos de eso, ahora se habla de que la cantidad de pobres se ha incrementado respecto de los que existían al ser firmados los acuerdos de paz, hace ya casi veinte años.

Por ello resultan tan vergonzosas las palabras del alcalde capitalino, poco antes de los violentos disturbios ocurridos en el Paseo de la Sexta, cuando afirmó que esta ciudad es próspera y son los medios los culpables de distorsionar los hechos, cuando es obvio que políticos como él han vivido en un castillo de naipes que pretende estar ajeno a un desarrollo in suficiente para evitar tales brotes de descontento.

Ni los gobernantes ni la sociedad hemos sido capaces de ver, mucho menos valorar, la enorme brecha que ha venido creciendo durante los últimos años, al punto que ahora la comunidad internacional está condicionando apoyo económico para que esos recursos se concentren en atacar graves flagelos como la rampante desnutrición.

Cuando Arzú se pregunta que a quién representan los grupos sociales y a quién representa él, quizá la respuesta honesta que él pueda darse a sí mismo, refugiado en su palacio edil, le aclarará lo que realmente ha hecho o dejado de hacer como gobernante y alcalde para transformar algún indicador de los que mantienen a este país entre los más rezagados.

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