PRESTO NON TROPPO

La memoria, sustancia del porvenir

Paulo Alvaradopresto_non_troppo@yahoo.com

|

El día de hoy se antoja propicio para unas remembranzas. Mas, como todo acto para volver a pasar alguna cosa por el corazón –es decir, recordar–, a la par de lo agradable y lo hermoso que aquello puede implicar, también hay o puede haber algo que duele, que causa tristeza o desasosiego. Hace tres días, en el calendario cristiano se rememoraba a los difuntos –es decir, se volvía a hacer memoria de ellos–, a modo de traerlos nuevamente a la mente y al corazón. Para un grupo de colegas músicos, la fecha incluso nos llevó a una conmemoración mucho más antigua que la de acordarnos de parientes o amigos fallecidos. Fue ocasión de regresar en el tiempo a la creación musical de centurias atrás: el canto llano recopilado en el siglo VII, intercalado con autores guatemaltecos de hace siglo y medio, de hace tres siglos, de hace cuatro siglos… en un recital.

También en un día como hoy, pero hace 87 años, nacía el compositor Joaquín Orellana; atenta invitación a compartir un conversatorio con él y con Luis Díaz, maestro de las artes visuales, en Casa Ibargüen (esquina de la 7ª avenida y 12 calle de la zona 1, en la ciudad capital), este miércoles 8 a partir de las 18 horas. Medio siglo, asimismo, de su llegada al ahora extinto Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales, en Buenos Aires. No en balde, y ya que viene al caso mencionarlo, Orellana fue el impulsor de un quinteto de cuerdas llamado “Remembranza”. Un título parecido es el que ha encabezado numerosas piezas de música, como la que escribiera Jesús Castillo, en pos de nuevas expresiones para su tiempo tanto como para evocar fórmulas ancestrales. Sucede que, pese a la ignorancia, el desinterés, la negligencia o aun la oposición que ha caracterizado a Guatemala cuando hablamos de estar al tanto de nuestras vicisitudes históricas (y que han representado la inveterada repetición de tantos errores y tantas injusticias), reconstruir el pasado no es un ejercicio inútil ni el mero fruto de una actitud tendenciosa. Preservar la memoria de los sucesos que han conducido hasta acá a toda una nación, equivale a no extraviar una importantísima clave de nuestro futuro.

Así pues, no distinguiremos entre la novedad de transcribir un antiguo manuscrito musical del siglo XVI o poner en valor un concierto que apenas acaba de acontecer la semana anterior. Tampoco compararemos situaciones tan disímiles como la alegría de los aniversarios más felices de nuestras vidas, con el descubrimiento de las más angustiantes evidencias de los macabros procederes que unos han emprendido contra otros a lo largo del complejo itinerario de la humanidad. A lo que nos deberíamos de encaminar es a la tranquilidad de no dejar que el olvido consuma la sustancia de la que estamos hechos –nuestras vivencias, nuestros aciertos y nuestras equivocaciones– porque en ello reside nuestra capacidad de comprendernos a nosotros mismos y, precisamente, de celebrar nuestra vida y la de los demás. Allí reside, sin duda, la enorme relevancia que cobra la investigación, la valoración y la difusión de todas las artes, en particular las de estas latitudes, tan lamentablemente entregadas a la desidia, al descuido y al ninguneo.

Viene bien, que anotemos lo que ocurre en diversos idiomas: cuando se busca afirmar que se sabe algo de memoria, se dice que se conoce “de corazón”. Así como llegamos a memorizar una canción o un poema o una película –que, a su vez, nos remiten a otros recuerdos–, ¿cuánto y de qué manera nos recordamos ahora, y nos recordaremos más adelante, de la historia de nuestra comunidad, de nuestra tierra, del devenir humano a lo largo de siglos y milenios?

presto_non_troppo@yahoo.com

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: