ALEPH

La paz como camino

|

Son tiempos de incertidumbre en el mundo entero, y se habla más de una idea de paz que de la paz misma. En Guatemala, los acuerdos de paz cumplieron ya la mayoría de edad, y seguimos siendo un lugar de miseria y barbarie para millones. No sé si se debió a que una buena parte del sector económico nunca consideró la agenda de los acuerdos un compromiso a cumplir, porque ya tenían la propia agenda; no sé si fue que la clase política se encargó de llevar al Estado a su mínima expresión, hasta dejarlo famélico y sin la institucionalidad requerida para darle respuesta a las políticas para desarrollar un país; o si la ciudadanía no terminó de apropiarse de aquel ideario alimentado y construido por varios sectores. O todo junto.

Veintiún años después, el presidente guatemalteco le acaba de dar un par de estocadas a la paz del mundo, como si necesitáramos un empujón en ese sentido. La primera la dio al felicitar anticipadamente al presidente corrupto de Honduras que acaba de confirmarse en el poder por medio de irregularidades y fraude, con la bendición de un sector político de Estados Unidos pero con la inconformidad de la OEA y una gran parte de la ciudadanía hondureña. La segunda y magistral estocada la dio el señor Morales cuando su gobierno anunció, no solo su apoyo incondicional a Israel, sino el traslado de la embajada guatemalteca de Tel Aviv a Jerusalén. Los dos argumentos “de fondo” de quienes encabezan nuestra política exterior fueron que siempre Guatemala ha apoyado a Israel y que decidieron alinearse con la propuesta de Estados Unidos.

En el primer caso, ese espaldarazo del presidente de Guatemala al de Honduras significa una aprobación implícita al hecho de que cualquier político puede someterse a la ley y no someterse a ella; por otro lado, alimenta ese sentir de que Centroamérica en cualquier momento se convierte en una pradera seca, y al primer fosforazo arde. En el segundo caso, al meterse en el medio de un largo conflicto entre Palestina e Israel, no solo propicia una especie de aislamiento de Guatemala en el concierto de Naciones Unidas, sino que contribuye a caldear los ánimos en el Oriente Medio. No entiendo cómo el mismo gobierno que pide soberanía para Guatemala cuando la justicia es lo que está en juego, mete la nariz en este caso Israel-Palestina de la manera más irresponsable. Al votar, junto a Estados Unidos y otros 7 países (Honduras, Israel, Islas Marshall, Micronesia, Nauru, Palau y Togo), el gobierno guatemalteco contribuyó a atizar un viejo conflicto, se ganó enemigos en el mundo islámico, y perjudicó no solo a cientos de pequeños productores de cardamomo guatemaltecos, sino a las relaciones comerciales con el mundo árabe. Somos el país que más exporta cardamomo internacionalmente, y ellos, nuestros únicos consumidores. Estados Unidos ha sido juzgado por el mundo y Trump ha vuelto a generar muchas reacciones por tal decisión. Pero Estados Unidos es Estados Unidos, y Guatemala ha quedado, de nuevo, como un perro faldero sin opinión propia. ¿Por qué no se abstuvo, como lo hicieron Argentina, Colombia y México, entre otros? Era una opción legítima que Estados Unidos habría aceptado.

La paz no puede ser un discurso, y menos uno religioso que se contradiga en la historia y la vida cotidiana. La paz no ha de ser solo horizonte, porque ha de ser, sobre todo, camino, práctica e intención dentro de un propósito mayor. Pero la industria armamentista sigue siendo asquerosamente exitosa, gracias a las decisiones políticas y económicas que confirman la estupidez humana una y otra vez, y destapan nuestro lado más oscuro. Quizás la paz comience por ejercer el derecho a pensar, por ejercer una libertad que no dañe al prójimo, y por aprender a cuidar en lugar de matar.

cescobarsarti@gmail.com

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.