LIBERAL SIN NEO

Lamentos sobre el consumismo

Cuando han pasado las fiestas navideñas e inicia un nuevo año, surgen muchas opiniones que se lamentan de la sociedad consumista. En lugar de celebrar la fraternidad y el amor, la sociedad se vuelca a la codicia de las compras y la acumulación de cosas materiales. Este es un punto de vista, llamémosle, moral; es “malo” o innoble que las personas se ocupen y preocupen por la acumulación de cosas materiales, en lugar de perseguir fines más exaltados.

Para Roger Swagler (1997), “el consumismo es la egoísta y frívola colección de productos, o materialismo económico”. De acuerdo con Roberto Bermejo Gómez de Segura (2005), “el consumismo se refiere a consumir en gran escala en la sociedad contemporánea, comprometiendo seriamente los recursos naturales y una economía sostenible”. Este no es un lamento moral, sino consecuencialista; aquí el problema con el consumismo es que atenta contra la disponibilidad de recursos naturales y la sostenibilidad. Me tienta responderle a Don Roberto Bermejo Gómez de Segura que su nombre es muy largo, gasta mucha tinta, papel y espacio y que debiera hacerse llamar simplemente Bob Berme.

El artículo sobre “consumismo” en Wikipedia sostiene que “A la persona consumista no le interesan los ideales filosóficos, éticos, religiosos ni morales que impliquen ayudar de forma genuina al medio ambiente o a otras personas de manera desinteresada como en otras culturas”. Este enunciado no indica a cuales “otras culturas” se refiere y no dice que probablemente son muy pobres. Una cultura, si la hay, en la que las personas se interesan únicamente en ideales filosóficos, éticos, religiosos y morales, que se dedican a ayudar en forma genuina al medio ambiente y a otras personas de manera desinteresada, no produce mayor cosa y reina la pobreza y la miseria. En una cultura así, si la hay, donde todos son “desinteresados”, no se descubren antibióticos de tercera generación o leche en polvo, ni se producen satélites, fibras biodegradables o paneles solares, porque probablemente no se acumule capital.

Me inclino, en cambio, por la visión de Carl Menger (1871) sobre el concepto de “soberanía del consumidor”, donde la economía es controlada por las preferencias, valuaciones y escogencias de los consumidores. La soberanía del consumidor es análoga a la democracia, donde cada centavo gastado es un voto por lo que debe producirse y quien debiera producirlo. Supongo que en este paradigma se cometen muchos errores, pero me atrevo a decir que palidecen en cuantía y daño, comparado con un sistema en el que una pequeña elite sabelotodo decide qué es lo que debe producirse, por quién y para quiénes. Además, la soberanía del consumidor posee mecanismos de autocorrección y ajuste, mucho más efectivos que algún sistema ideado por expertos, ya sean moralistas, ambientalistas o sostenibilistas, que decidan qué es lo que debemos querer y no querer.

No es que no me una al lamento sobre el excesivo consumismo; es que me preocupan más las alternativas. Veo infinitamente más peligroso que algunas personas tengan el poder de decidir qué es lo que todos verdaderamente necesitamos y nos veamos obligados a plegarnos a esos mandatos. Son terribles las implicaciones que encierra el que unos pocos decidieran por los demás, qué es lo que “deben” querer, a qué pueden aspirar y a qué se limita lo que puedan tener. Esto se asemeja más a un zompopero que a una sociedad vibrante, creativa y próspera de personas libres de escoger y formar su propio destino.

fritzmthomas@gmail.com

ESCRITO POR:

Fritz Thomas

Doctor en Economía y profesor universitario. Fue gerente de la Bolsa de Valores Nacional, de Maya Holdings, Ltd., y cofundador del Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN).

ARCHIVADO EN: