PERSISTENCIA

Literatura como producto del espíritu

Margarita Carrera

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Enfocar el texto literario únicamente como “producto de un momento sociohistórico determinado” y observar los “índices ideológicos” que presenta este, nos parece una postura bastante limitada y no del todo carente de ingenuidad desconcertante y escasa visión.

Porque la literatura, como todo arte, es producto del alma humana, de sus pasiones, conflictos, sentimientos. E insistimos en que nos ofrece, más que un mundo racional e ideológico, un mundo irracional, instintivo; dicho con las palabras de Sábato: el “mundo oscuro de nuestro propio espíritu”. Desconocer ese lado psicológico es desconocer la esencia de todo arte y equivale, en última instancia, a desconocer la esencia de todo lo humano.

La ideología que presenta el autor como reflejo del “momento histórico” en que escribió su obra es, sin duda alguna, de gran importancia, pero no lo básico, no el núcleo central alrededor del cual ha de concentrarse toda nuestra atención para la comprensión de una obra literaria.

Pues una determinada ideología tiene de trasfondo una determinada pasión. Pensamos lo que pensamos, porque sentimos lo que sentimos. Querer ignorar lo psicológico en el plano del arte significa un extrañamiento del mismo, significa la negación total del individuo creador.

Y eso de llamarle al creador “autor implícito”, lo encontramos no solo falto de objetividad, sino bochornosamente falso.

El creador es eso, “creador, y no otra cosa; así como la literatura es eso, “literatura”, y no “manifestación de la superestructura” de una sociedad. Tal expresión no solamente está fuera de la realidad, sino es ajena totalmente al fenómeno artístico, cuya fuente prístina radica en el espíritu del hombre, o si queremos usar el lenguaje más científico, en el irrefutable mundo del inconsciente. Y a este mundo jamás le podemos dar el apelativo de “superestructura”, porque los instintos del ser humano no están ni arriba ni debajo de ninguna estructura social, están dentro del hombre mismo, son el hombre mismo, forman parte del hombre mismo. Ya lo dice Sábato: “…para el hombre solo importa lo que entrañablemente se relaciona con su espíritu: aquel paisaje, aquellos seres, aquellas revoluciones que de una manera u otra se ve, siente y sufre desde su alma…” siendo así que “los grandes artistas ‘subjetivos’, que no se propusieron la tonta tarea de escribir el mundo externo, fueron los que más intensa y verdaderamente nos dejaron un cuadro y testimonio de él. En tanto que los mediocres costumbristas, que quizá los acusaban por limitarse a su propio yo, ni siquiera lograron lo que se proponían”.

Uno de los personajes centrales del Ulises de James Joyce, Esteban, al hacer un análisis de Shakespeare, nos dice que este “Encontró como actual en el mundo exterior lo que en su mundo interior era posible. Maeterlink dice: Si Sócrates abre su puerta encontrará al sabio sentado en el escalón de su puerta. Si Judas sale esta noche sus pasos lo llevarán hacia Judas. Cada vida es muchos días, día tras día. Caminamos a través de nosotros mismos, encontrando ladrones, espectros, gigantes, ancianos, jóvenes, esposas, viudas, hermanos en amor. Pero siempre encontrándonos a nosotros mismos…”

Y tal parece que más que la historia y la sociología, son los sueños del hombre los únicos capaces de conducirnos a la tan añorada realidad. Eso lo saben muy bien los primitivos, los niños, los locos, los poetas. Lo desconocen, entre otros, aquellos sociólogos que por causas inconscientes más que conscientes, quieren introducir el arte dentro de un determinado molde socioeconómico, que pierde su calidad científica al tornarse tendencioso.

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