ALEPH

Más resurrección, menos muerte

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Es Sábado Santo en la ciudad de Guatemala. Ella va sobre el anda y por sus mejillas blancas corren lágrimas rojas, color sangre. La expresión de su rostro es de pena, de soledad, de sufrimiento. Su cabeza va agachada y sus ojos son los más tristes del mundo. Viste una túnica oscura, y en el lado izquierdo del pecho lleva ensartada una daga. La imagen de Nuestra Señora de la Soledad es la que más me ha impresionado a lo largo de los años. No creo que haya otra que exprese tan bien el dolor y uno de los arquetipos femeninos más difundidos.

No solo los cuerpos vivos hablan; un cuerpo, en su representación fotográfica o como imagen, también enuncia. Y más allá de si estoy de acuerdo o no con las imágenes religiosas o con el tema del arquetipo femenino que representa la Virgen, quiero hablar del sentido profundo de las procesiones semanasantescas, en una cultura que idolatra y celebra la muerte, no como parte de la vida, sino como martirio e ineludible sufrimiento. Algo que llamo la idolatría del dolor.

¿Por qué tan pocos quieren cargar la procesión del domingo de Resurrección y, en cambio, se pelean los turnos de todas las relacionadas con el sufrimiento de Cristo? Aquí se paga más por las procesiones de la muerte que por las de la vida. Sergio, un joven de 27 años que carga “porque toda mi familia lo ha hecho”, me respondió: “No me gusta la procesión del Domingo de Resurrección porque casi nadie va y es como desordenada. Es gratis cargar”. Entiendo el relato de la muerte de Cristo que las procesiones cuentan desde su dimensión histórica, y también desde su dimensión mítica. Pero hablo del culto guatemalteco a la muerte, mucho más desde el dolor y el sufrimiento, que desde su profunda conexión con la vida.

Estuve hablando con jóvenes sobre esto. Diana, una autodenominada “cucurucha primeriza”, de 20 años, me dijo: “¿Cuál es el verdadero sentido de cargar? Yo hasta me había propuesto rezar mientras cargaba, pero no pude. Cargar duele. Crea dolor. Tengo moretes y me duelen. A Dios seguro no le gusta que sufrás. Sólo deberías cargar porque es importante para ti, no para que te duela”. Lucy, otra joven de 23 años, agregó: “Y eso que en la iglesia nos dicen que no nos hagamos tautajes porque hay que cuidar el cuerpo”. Una más, Sofía —27 años—, dijo: “Hay que cargar al menos una vez en la vida, porque es toda una experiencia… una experiencia guatemalteca”, pero agregó: “¿cómo es que cuando bajan al Cristo de la cruz en una iglesia a la que fui, hay gente que le limpia las heridas con un algodón? Que no pierdan de vista que es solo una imagen”.

Esa imagen, como las de otras procesiones, representan códigos que a su vez codifican. Tienen un carácter plural porque expresan símbolos importantes de nuestra cultura. Todo, desde las imágenes hasta sus adornos, desde el tamaño de las andas hasta cómo se distribuyen los turnos, cuánto cuestan y quiénes cargan; todo habla. El mito vive, no para explicar alguna curiosidad científica o social de quienes ven esto como un fenómeno a ser interpretado, sino como relato que busca revivir una realidad original que responde a una profunda necesidad religiosa, moral, social o simplemente práctica de la gente. El mundo existe para probar sus mitos. En este caso el mito de la muerte es tan cierto como la muerte misma que lo prueba, y se vive como una experiencia religiosa. Pero siempre me he preguntado por qué se celebra tan poco la resurrección y tanto así la muerte, con su corona de espinas, los latigazos, la sangre, el llanto de la madre, la cruz, el sufrimiento, el dolor. Y pienso si esa visión sadomasoquista no ha contribuido a que la sangre sea tan normal por acá.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.

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