LA BUENA NOTICIA

Misterio de amor

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“Dios será siempre para el hombre, lo más evidente y lo más misterioso”, afirmaba H. Lacordaire (1802-1861). Es decir, en Dios se conjugan, por una parte, su presencia innegablemente palpable en la creación —a pesar de las negaciones por parte de algunos del “diseño inteligente” que ella testimonia— y al mismo tiempo, un ser siempre “totalmente diferente, totalmente otro”, como decía con tanta razón el teólogo protestante K. Barth (1886-1868).

La celebración en este domingo de la Solemnidad de la Santísima Trinidad pone de nuevo estos dos aspectos del conocimiento divino: el poder percibir su “misterio” aún sin explicarlo (¡dejaría de ser “misterio”!, indica el Papa emérito Benedicto XVI) y por otra parte la necesidad insaciable del creyente de “vivir de ese misterio” que curiosamente refleja en sí mismo, pues siendo el hombre el “punto de referencia a Dios” en todo lo creado (cfr. Gen 1, 26: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”), ese hombre “supera infinitivamente al hombre” (B. Pascal, 1623-1662): sin el Dios Trino y Uno lo humano parece sin sentido.

La solución para ese “misterio inexplicable de tres personas en un solo Dios” la propone la Buena Nueva de hoy: lo que interesa conocer (y vivir) de Dios es el amor, que es su esencia (“Dios es amor” 1Juan 4, 8): 1) Un amor “condescendiente” que acompaña a los hombres, como la “nube” en el desierto hacia la tierra prometida, y que un día toma la condición humana para no separarse jamás de lo humano y elevarlo a la situación de “hijos de Dios”; 2) Un amor que es “familia” y no soledad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin el error de la división de quienes buscan a un “dios padre o madre naturaleza” —lenguaje solo metafórico, pues lo creado no es el Creador— o aquella división de “solo Jesucristo” o “solo el Espíritu Santo” que es tan común en las derivaciones degenerativas de la Reforma Protestante —contra lo que el mismo Lutero nunca aceptaría pero que la infinidad de sus sucesores ha ido derivando en una “ruptura de la Trinidad”—. Dios, que sirve de “modelo de amor a toda familia” entre todos los de casa; 3) Un amor, en fin, que es efectivo, que entra en la más tremenda donación de sí mismo: tanto amó Dios (Padre) al mundo que le entregó a su Hijo (Jesucristo) para que todo el que crea no perezca, sino tenga vida eterna” (cfr. Juan 3, 16).

Es este último el aspecto sobre el que hoy la Iglesia se detiene en su contemplación y oración. Cierto, se lamenta de que la distorsión de la Santísima Trinidad cause “cristo-centrismos excluyentes” o “pentecostalismos radicales”, se lamenta de que la falta de una espiritualidad “trinitaria” impida una vida nueva en Cristo más auténtica —relación de amor/obediencia al Padre de Misericordia, imitación/discipulado de Cristo y no solo “ser creyente en él” vida en el Espíritu con una clara presencia ética en medio de la sociedad y ante la cultura secularista—. Y queda el desafío de “vivir la relación de hijos —no de esclavos temerosos— para con el Padre, la fraternidad de imitación del Hijo —y no su manipulación en teologías de prosperidad o “cristianismos vengativos como de Antiguo Testamento”— y una vida en el Espíritu que sea compromiso con la verdad, la justicia, la vida y dignidad de toda persona caminando al estilo de Dios con los más pequeños de la sociedad: “La Santísima Trinidad no es el producto de razonamientos humanos; es el rostro con el que Dios mismo se ha revelado, no desde lo alto de una cátedra, sino caminando con la humanidad” (Papa Francisco, Angelus, 23 mayo 2013).

ESCRITO POR:

Víctor Hugo Palma Paul

Doctor en Teología, en Roma. Obispo de Escuintla. Responsable de Comunicaciones de la CEG.