EDITORIAL

Ni una más, ni una menos

El guatemalteco se caracteriza por una profunda apatía cuando se le convoca a respaldar causas sociales o marchas reivindicativas en favor de sectores que son víctimas de una acendrada cultura de abuso, como ocurre en el caso de las mujeres en países marcados por el machismo como el nuestro.

El pasado miércoles se llevaron a cabo protestas masivas en varias ciudades latinoamericanas en contra de la violencia contra la mujer, aunque en Guatemala la participación fue más bien discreta y un número reducido de féminas se concentró en la Plaza de la Constitución para unir sus voces al repudio mundial contra el abuso de género.

Este movimiento, impulsado ahora con el eslogan “Ni una menos”, también tuvo una cobertura discreta en los medios de comunicación nacionales, pese a ser un problema que ya alcanza niveles de dramatismo, pues las estadísticas sobre abuso y violencia femicida nos colocan entre las naciones más violentas.

El machismo mata, fue una de las consignas gritadas durante esta jornada por el respeto hacia la mujer, con el que se rindió homenaje a Lucía Pérez, una adolescente argentina que fue brutalmente asesinada y que dio origen a ese movimiento el año pasado, pero rápidamente ha ganado seguidores en el continente por las lacerantes realidades que viven muchas mujeres en este continente.

Los orígenes de este movimiento se remontan a 1995, cuando la poetisa mexicana inmortalizó la frase “Ni una muerta más”, en protesta por la muerte de mujeres en Ciudad Juárez, aunque ella también sería brutalmente asesinada una década después, pero había sembrado la semilla de la reivindicación.

Lo cierto es que para la mayoría de sociedades latinoamericanas la violencia de género ha llegado demasiado lejos y la brutalidad con la que se cometen muchos crímenes ha llevado a que la sociedad reaccione con indignación en contra de una conducta que debe ser reorientada, porque la muerte es el capítulo final de una narrativa marcada por el abuso que empieza en los hogares.

En culturas como la guatemalteca la tarea es ardua, y más allá de lo que reflejan las estadísticas, que son instrumentos valiosos para comprender la magnitud del drama, se debe profundizar en un cambio en el aprendizaje desde muy corta edad, porque es donde se ha sembrado la semilla de una conducta que nos convierte en una sociedad con niveles enfermizos de desigualdad.

De nada servirá el empoderamiento de la mujer, tarea que por supuesto no debe dejar de hacerse y más bien intensificarse, si de por medio no se involucra a su contraparte en conocer la realidad de un modelo que es inviable y que al final también tiene enormes costos sicológicos y sociales.

Naciones Unidas ha reconocido la dimensión de la problemática y por ello es que ha llamado a que sociedad civil, gobiernos y organizaciones de jóvenes se involucren en estrategias para conocer, comprender y reducir la violencia contra la mujer, que lastimosamente empieza con las niñas y los niños, una etapa en la que precisamente pueden sentarse las bases para un saludable cambio cultural.

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