EDITORIAL

Nicaragua sufre otro burdo ortegazo

Daniel Ortega, otrora líder revolucionario antisomocista, hoy convertido en un solapado pero muy efectivo émulo de la dictadura de los Somoza que asoló a Nicaragua durante 45 años por medio de una burda maniobra, se consolidó como el único candidato viable en las siguientes elecciones presidenciales. Gracias a su contubernio con el Tribunal Electoral y con un dirigente pelele opositor, logró que este despojara de sus curules a los diputados contrarios al gobernante Frente Sandinista de Liberación Nacional.

El impresentable y oscuro Pedro Reyes, quien hoy encabeza el Movimiento de la Renovación Sandinista (MRS), se prestó al despojo parlamentario, luego de que en junio le haya ocurrido lo mismo al dirigente Eduardo Montealegre.

Con esa maniobra se afianza un régimen de partido único y Nicaragua se acerca al modelo de Venezuela, donde el heredero chavista Nicolás Maduro encarcela a los opositores gracias a resoluciones de leyes antojadizas y con dedicatoria, y además coloca todo tipo de cortapisas al referendo revocatorio, convencido de que significará el fin de su mandato.

La burla a las leyes es la peor característica de las maniobras de Ortega, quien poco a poco avanza en el camino que lo convierte en un nuevo integrante de la galería del somocismo. Su esposa, Rosario Murillo, es un poder detrás y al frente del trono; sus hijos y otros familiares controlan y dirigen entidades estatales.

Es rampante la corrupción con que son manejados los dineros provenientes del petróleo venezolano. Cada vez es mayor el parecido de Ortega con los otros presidentes populistas, el ecuatoriano Rafael Correa y el boliviano Evo Morales.

Ortega fue presidente de 1984 a 1990, cuando se vio obligado a dejar el poder tras la victoria de doña Violeta Chamorro, quien aglutinó a la Unión Nacional Opositora. Derrotado dos veces consecutivas en las siguientes elecciones, el ahora presidente regresó al cargo en el 2007 y se ha mantenido desde entonces, cada vez más alejado y opuesto a los ideales de la revolución sandinista de 1979.

El abandono de lo que fue la mística previa a la derrota de los Somoza ha hecho que Ortega también sea el causante del distanciamiento de figuras relevantes, como Sergio Ramírez Mercado, ex vicepresidente.

Es imposible dejar de establecer una similitud en los casos de Nicaragua y de Cuba, donde se afianzan o se mantienen incólumes el autoritarismo, el irrespeto a los derechos humanos y a la libre asociación política y de expresión. En la isla, la ruptura del bloqueo no significó un cambio, y de allí surge la interpretación de que Washington capituló.

Han pasado 30 años desde que los presidentes centroamericanos presionaron para que se respetara al gobierno de Nicaragua porque se le consideraba representante de una nueva era política. Por desgracia, fracasaron. Ese país parece condenado a vivir bajo la bota de la dictadura de cualquier signo.

Las voces democráticas nicaragüenses deben ser escuchadas y la Organización de Estados Americanos debe igualmente pronunciarse.

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