LA ERA DEL FAUNO

Nos hace falta rebeldía

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Como muchos, me emocioné con el video en el que el estudiante nicaragüense Lesther Alemán encara a Daniel Ortega. Uno se proyecta en lo que quisiera hacer con sus despojos de gobernantes. La verdad, tras la emoción sentí desconsuelo. La razón es que en sociedades como la nuestra celebramos como extraordinario lo que debiera ser normal.

Lo normal es retar a un tirano, como lo hizo Lesther. Lo normal es rebelarse en su cara y decirle con argumentos que es un asesino. Cuando esa reacción es aplaudida por Latinoamérica, es indicio de que la rebeldía en nuestros países es escasa. Escasa no es nula. En Honduras, El Salvador y Nicaragua, me consta, hay gente como Lesther. También en nuestro país hay personas valientes en la sociedad civil, en la AEU liderada por Lenina García, o en la incansable Batucada del pueblo; hay movimientos ecologistas, feministas que nos alertan, pero más allá de eso vemos que los moderados ganaron terreno. El apagamiento se nota en que a esas organizaciones les exige cada vez más el que hace cada vez menos. Se normaliza la sensación de que, si no lo hace la CICIG, no es posible. Nuestra sublevación se limita a esperar resultados de otros, de la ONU, de Washington, y a insultar al gobierno, el cual parece gozarse en ello porque su elemento es la felicidad del cerdo en el estercolero.

Tan encallados quedamos en la moderación que cuando otros no se dejan nos conmueven hasta las lágrimas. Nos hace falta rebeldía, pero no me refiero a la rebeldía romántica, encanto de los poetas terribles. El rebelde —escribe Camus— “da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace frente”. Eso, el levantamiento contra el amo. De eso está llena la humanidad. No obstante, si esa humanidad intervenida por sus rebeldes ha fracasado ha de ser porque no toda rebeldía opera desde la solidaridad. La rebeldía puede ser un acto suicida, petimetre y pedante o bien un acto de solidaridad conjunta que niega al amo, pues qué si no amo es un burro amamantado, así sea un burro.

Por eso me gusta cuando Camus habla de rebeldía, porque no la idealiza. Los ególatras pueden ser deicidas, regicidas, magnicidas, escritores, artistas rebeldes que imponen su genio adolescente hasta en la vejez: quedaron varados en el odio.

Hace tiempo, el hoy interpelado Daniel Ortega se rebeló contra Somoza. En algún momento, la rueda de su rebeldía se detuvo y encajó en la fase despreciable que hoy ostenta. La política hace esas cosas. Hoy es responsable del luto en Nicaragua. De igual forma, el futuro dirá si Lesther sufre mutación de interpelante a interpelado. Esa es la lección, me parece, que deja Camus. Nos hace falta rebeldía. Encontrarla desde la dignidad para romper la condición de esclavos modernos es importante, no desde el romanticismo.

Nuestro caso es difícil, pues intrincado resulta rebelarse contra cosas, contra una recua, contra productos de farándula: no se sabe si tomarlos por el mango o por la cola. El ministro Alfonso Alonzo; la canciller Sandra Jovel, el encubridor presidencial Heinz Hiemann, el fantoche Morales, la troupe circense se blindó con el Ejército y un grueso del empresariado altamente hipócrita. La opresión en vaso cerrado se quiebra. Si no se desborda es gracias a los parches que colocan en las rajaduras los moderados, los diputados y los miedosos.

La rebeldía surge del resentimiento, sí, del resentimiento y qué. No importa. Ojalá pronto podamos sentar al fantoche y decirle —siguiendo el ejemplo de nuestro admirado Lesther Alemán—: “No podemos dialogar con un asesino”; “¡Ríndase ante todo este pueblo!”.

@juanlemus9

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