PERSISTENCIA

Safo y su poesía dionisíaca

Margarita Carrera

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La única mujer representante del espíritu dionisíaco que perdura en la historia de la literatura clásica (entendiendo la palabra clásico en su verdadero sentido: todo lo relativo al mundo griego y latino), es Safo de Lesbos.

Según dice la leyenda, que no es su biografía (no acostumbrada aún en la época en que vivió), existió en el décimo año de la XLII Olimpiada, allá por el 612 a 609 a. de C. Más antigua, por lo tanto, que Píndaro, del 518 al 438, de la misma era.

Muchas de las noticias acerca de su vida han sido extraídas de sus propios versos: así, una de las fuentes más singulares para la biografía de Safo es la carta que ella envía a Faonte, localizable en las Heroidas de Ovidio, poeta latino. Si sobrevive su vida hay muchas dudas, nunca su poesía dejó de admirar a cuantos la leían, al punto de que Platón la llamó “la décima musa”; sin duda porque Safo se hermanó con Sócrates al escribir estos versos: “Lo bello es bello por lo que respecta a la vista, pero también lo bueno será muy pronto bello”. Entraba, pues, en la órbita de Platón, quien, asimismo, no se escandalizaba del amor hacia los “efebos” y del homosexualismo en general.

No es extraño, luego, que Safo contradiga el ideal de mujer homérico que destaca tanto por su belleza física (=Helena) como espiritual (=Penélope) y se entrega a variados amores.

Safo, según sus poemas, debe haber amado tanto a mujeres como a varones. Lo más cierto sería que en la sociedad de Lesbos, lejana ya de la era de Homero, se diera como algo natural lo que se ha llamado “lesbianismo” (palabra proveniente, como notamos, de Lesbos). El espíritu heroico y arcaico se empieza a derrumbar.

Me atrevería, luego, a llamar a Safo con los términos “antihelena” o “antipenélope”, por no tomar como valor femenino la “fidelidad” al esposo. Pues jamás Helena deja de ser fiel al varón: ya sea Menelao o Paris. Tanto ella como Penélope únicamente pueden amar al varón, no existiendo, como ya expuse, el homosexualismo en el mundo homérico.

Lo cual, claro está, ni pone mayor belleza a los versos de Safo ni constituye una crítica de índole moral, término este muy discutido y que varía de acuerdo a las diferentes etapas de la historia, así como a sus diversas culturas y geografías.

A la poesía “lírica” de aquel entonces se le llama “mélica” (los dos términos griegos: “lírica”, de “lyra”: instrumento musical; “mélica”, de “melos”: canto, música).

Habrá dos clases de “mélica”: la individual y la coral; la máxima representante de la primera es Safo; Píndaro, de la segunda.

Safo nos comunica, en su poesía, sus sentimientos más íntimos y personales. Su tema principal: el amor, la violenta pasión amorosa.

En sus cantos de amor se involucra la naturaleza y todo el Universo. Unidos a sus penas y alegrías están el fuego, el agua, el sol, las estrellas, las flores, los pájaros y los otros elementos.

Es sabido que tenía una academia o institución en donde educaba a las nobles doncellas en el culto a las musas, a las gracias y a Afrodita. De índole religiosa, por tanto. Para su culto se aprendía la música, la danza y el canto. Por medio de estas artes, las jóvenes se educaban y desarrollaban su personalidad.

Los dos, Safo y Alceo, continúan la poesía dionisíaca, personal y pasional del temible Arquíloco, precursor, según Jaeger, de la lírica eólica de ambos.

Lesbos era el centro de prósperas corrientes comerciales y de civilización, como nos atestiguan las últimas odas descubiertas en los papiros, y estaba sujeta a la influencia de la más madura y refinada cultura oriental.

margaritacarrera1@gmail.com

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