EDITORIAL

Termina controversial etapa histórica del país

El fallecimiento, ayer, del general y político Efraín Ríos Montt, de 91 años, provoca a nuestro criterio el fin simbólico de una larga y dolorosa etapa histórica de Guatemala, causante todavía de enconadas confrontaciones entre al menos dos grupos de guatemaltecos. Se puede aplicar la frase del poeta chiquimulteco Ismael Cerna, quien al referirse a Justo Rufino Barrios cuando murió, en 1885, dijo: “Ya tu tiempo pasó; pasó tu hora”.

Para aceptar nuestra historia, con su pléyade de hechos dolorosos y trágicos, inmerecidos y merecidos, los guatemaltecos debemos conocerla y leerla con la mente abierta, y con la decisión, sobre todo de las generaciones jóvenes, de saberla para no repetirla; de conocerla para aceptarla con sus áreas negras, sus injusticias y todo lo que también es parte de la historia de los países. Esa es una asignación pendiente, y lo será mientras en realidad no hagamos el intento de conciliarnos con nosotros mismos, lo cual tiene condiciones.

La primera es el ambiente político ideológico, tanto del mundo como de Guatemala y de Centroamérica. La segunda consiste en decidir dividir la historia en un antes y un después. La tercera, muy importante, es comprender que el hecho de esta aceptación no implica tampoco eliminar las responsabilidades institucionales y personales de cada uno de los grandes protagonistas del largo y por infortunio aún permanente conflicto interno, que dejó de ser armado pero mantiene sus estructuras y, a causa de los últimos acontecimientos, amenaza con regresar a una absurda división entre derechas e izquierdas.

Ríos Montt personificó varios elementos de serias consecuencias en la política. La primera, haber sido candidato en las elecciones de 1974, para luego dar la espalda a sus seguidores. Cuando ocurrió el golpe de 1982, asumió el mando del país con mano de hierro. La segunda, las violaciones a los derechos humanos en su tiempo, y su afianzamiento al criterio de violaciones sistemáticas a garantías esenciales. Al ser expulsado por Óscar Mejía Víctores, se demostró la molestia entre los mismos militares por la división religiosa, que significó el peligro de una “irlandización” de Guatemala. Esa actitud la tuvo desde cuando era católico y la mantuvo al cambiarse al grupo fundamentalista, convertido en la “religión oficial” de facto.

Debe señalarse como positiva su decisión de no intentar resistirse, con lo cual evitó un desangramiento innecesario, y de hecho pareció aceptar su grueso error de confundir el podio político con el púlpito religioso, fenómeno negativo que en el actual gobierno se manifiesta desde el principio.

Posteriormente decidió participar en política abierta y cometió el mismo error de crear un partido lleno de tránsfugas, que se convirtieron en partido oficial, cuya muerte fue casi inmediata después de haber terminado el período de la presidencia de Alfonso Portillo, su extraño compañero de luchas políticas, con lo cual el ex jefe de Estado comprobó tener la misma pasta del resto de políticos. Los juicios y condena, anulada, que marcaron sus últimos cinco años, lo llevaron a una enfermedad de la cual no pudo escapar. La muerte se encargó ayer de que las acciones legales en su contra ya no tengan razón de ser. Con su muerte, Ríos Montt ayuda a cerrar heridas. Ya la historia lo juzgará con un veredicto sereno, sin duda inapelable.

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