PERSISTENCIA

Total entendimiento de un autor

Margarita Carrera

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Tarea harto complicada la de entendernos totalmente a nosotros mismos; casi imposible si este afán de entendimiento codicioso se dirige al prójimo, a pesar de que, a veces, ostentamos una fatua vanagloria asegurando que no solo hemos alcanzado el profundo conocimiento de nuestras interioridades, sino, además, hemos podido penetrar en el alma de Juan, María, Pedro, y que los conocemos como a “la palma de nuestra mano”. Y decimos entonces, con ínfulas  temerarias: “¡Ya te conozco!, ¡ya te conozco!, más de lo que te imaginas”, con lo cual no solo demostramos nuestra superioridad inclaudicable, sino lanzamos una tremenda amenaza contra ese ser plenamente conocido por nosotros, quien, asustado, trata de protegerse de una mirada tan fiera, sagaz e impertinente.

En el campo de la creación literaria, por mucho que leamos a un autor, que lo releamos, que lo amemos, que tratemos vorazmente de hacerlo nuestro, el total entendimiento de él nos está vedado. Pero esto, en lugar de ser un escollo, de constituir un obstáculo que nos aleje del autor preferido, es un sutil aliciente para continuar en su inacabable búsqueda a través de sus palabras que, en cada lectura, nos revela algo novedoso e inesperado. El mundo por él descrito está poblado cada vez por más y más seres insospechados que aguardan sigilosos nuestra presencia para mostrarse, de pronto, fugazmente desnudos o delicadamente cubiertos.

Porque un autor —como todo ser humano— encierra dentro de sí a todos los seres de su especie; agigantados unos, disminuidos los otros, pálidamente dibujados algunos. Es, pues, en menor o mayor grado, toda la humanidad abominable o simplemente radiante.

El famoso dicho “yo soy yo y no otro” es el mayor de los sarcasmos, porque, en realidad, yo no soy del todo yo, sino dentro de mí también está el otro lado o los otros.

Borges ya nos dice “que las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos…” Y por eso su manera de conocerse es saberse muchos, tener la certidumbre de que en él confluye la humanidad entera. Introducirnos en su obra, como introducirnos en la obra de cualquier otro autor, es introducirnos dentro del universo infinito, dentro de los absurdos laberintos de la mente humana.

A los únicos autores que logramos entender a plenitud es a los que no hacen otra cosa que repetir frases hechas. Y, a menudo, ya sabemos de memoria su cantaleta y al oírla quisiéramos apagarla como quien apaga una radio, cansados de escuchar insulsas peroratas. Pero es que tales autores repetitivos, no son en verdad autores. Porque autor significa creador, y ellos, para su desgracia y para la desgracia ajena, no han aprendido más que a ser loros parlantes (con perdón de estos bellos e inteligentísimos pájaros).

Cuando algunos lectores nos afirman, entonces, que, o bien no nos comprenden del todo, o más aún, que están en total desacuerdo con lo que escribimos, nos sentimos bastante halagados, pero sobre todo, verdaderamente reconocidos, porque tales lectores se han dado la molestia no solo de leernos, sino de comprendernos y hasta de contradecirnos, aunque sea únicamente dentro de ellos mismos.

“Joven literato: Estúdiate a ti mismo, llegues o no llegues a conocerte, y acaso sea mejor que no llegues a ello, si es que te estudias. Cuanto más te estudies, más te ensancharás y te ahondarás espiritualmente, y cuando más te ensanches y te ahondes, más difícil te será conocerte”. Don Miguel de Unamuno.

El total entendimiento de un autor es, indudablemente, imposible. Habrá acercamientos más o menos acertados, satisfactorios tanteos, pero jamás conocimiento total.

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